ESCARABAFOBIA

Hoy me he levantado como Gregorio Samsa.

¿Qué demonios puedes hacer ante semejante infortunio?

No más que aderezarte las antenas, ensalivarte las patitas, y recuperar la manía hortero-juvenil de llevar bufandas largas hasta las rodillas para disimular un poco mi caparazón.

Tienes que agujerear el sombrero y olvidarte de tus clases de piano.
Aujourd'hui no comerás de menú en el restaurante chino, directamente le pedirás a Xueming las sobras.
Estos y otros pensamientos de índole más barriobajeros me preocupaban sobremanera ante mi nueva situación.
Hay que tirar de clase, que remedio, procurar caminar erguido y seguir cediendo el asiento en al autobús, hasta que la señora advierte que el amable señor que se ha quitado el sombrero para saludarla, lo ha hecho con una de sus seis patas, y se alarma, claro, hasta la exageración del desmayo.
Se arma una pequeña revuelta en la parte central del autobús, dos pasajeros asisten con sobresalto a la desmayada mientras me calzo con urgencia el sombrero, para entonces un hombre me posa la mano en el duro caparazón y me agrede diciendo que yo, bicho inmundo, soy el culpable de toda aquella desventura. El autobús frena en seco haciendo que todos los viajeros se proyecten hacia delante, ¡coqueterías de conductor de autobuses urbanos!
Virgencita, virgencita, que se abran las puertas YA. Que pueda hacer zumbir las alas y comprobar in situ el efecto que tiene incrustar el rígido bordillo de la acera en mi vientre flácido y anillado.

¡Cucarrón, cucarrón!, me gritaban desde el autobús que ya se alejaba a toda prisa con las puertas abiertas y tirando carbonilla por el tubo de escape, y yo desvanecido en el suelo.
Escarabafobia sin ningún género de dudas en la inhóspita ciudad, si no existe esa palabra, deberían inventarla.

Pues hala, a casita de nuevo, que hoy no se celebra el día mundial del insecto, y lo más que podrás conseguir es lucir lustroso en un corcho con un alfiler atravesándote el tórax.