UN JOLI BONNET DE MATIN.


Le compré un bonito sombrero para que lo luciera por las mañanas en las entretenidas carreras de galgos, para que iluminara la ribera del río, en la parte del paseo que sigue a propósito sin adoquinar, enfangando la enagua, pescando en el bolsillo de Neptuno, cogiendo tortugas en los carrizales, haciendo coros en los oficios de la iglesia evangélica a la que le gusta acudir, recorriendo en bicicleta con sus amigas del club Hoy tengo los estrógenos cantando “god save the queen” los dos caminos que llevan a la fuente, uno de ida y el otro de vuelta, para que gritara como John Merrick en los lavabos de caballeros de la estación ¡no soy un animal, soy un ser humano!, para que dejara de remar contra la corriente y se recostara en la barca dejándose acunar por el lago artificial del parque, para que supiera que yo la deseaba. y ciertamente lo sabía, por que al acostarme mi último pensamiento era para ella, y al despertarme también era ella la que me daba los buenos días, y sabe de sobra que cuando estoy junto a ella, todavía hoy me siento como un gorrión engominado que revolotea por una jaula incendiada.
Ella no tuvo la culpa, ni tan siquiera estuvo allí, y es precisamente de eso de lo que se lamenta, distraída ella como estaba por morder su trocito de manzana, dejó de estar donde debiera, y no se lo perdona ni en los momentos álgidos del nembutal.
Topó con un galeno de los de juramento hipocrático enmarcado en la pared y se terminaron los días de cocinar deliciosas palomitas con mantequilla al fuego de la sartén sin tapa protectora, y una mañana colgó un letrero en la puerta del escaparate diciendo “volveré cuando me de la gana”.










EL BOTIQUÍN DEL RINA CELI.

El vaso de ginger-ale que Manolita apuraba, resbaló de sus manos con tan mala fortuna que se hizo trizas contra el suelo del camerino. Una astilla de vidrio afilado se clavó en su tobillo desnudo haciendo brotar a borbotones un reguero de sangre tan roja como la de un recién nacido. ¡Ay por favor, que disgusto, que alguien haga algo, por el amor de Dios, que se ha amputado el pie!, gritaba Dora histérica. No pasa nada, la calmaba Manolita mientras se extraía la flecha envenenada, la sangre es muy escandalosa. Pero para entonces, Dora ya estaba desmayada entre mis brazos, no me dio tiempo ni siquiera a levantarme, se desvaneció a mi lado como una mala actriz de opereta.
La algarabía alertó a un operario del teatro que andaba cercano a la puerta que gustosamente se hizo cargo de la desfallecida mientras me indicaba donde podría encontrar un botiquín para aplacar la herida y cortar la hemorragia. Manolita ya se disponía a preparar un torniquete a la altura de la pantorrilla con una media mientras encharcaba de casta decenas de pañuelos de papel.
Un par de vendas y un tubo medio vacío de pomada para los golpes eran los únicos habitantes de aquel castillo abandonado. Desmantelado me encontré el dispensario, carente de provisiones curativas que mitigaran la angustia de la accidentada, y con aquel paupérrimo botín volví a la carrera al camerino donde Dora lloraba ahora después del sofoco y Manolita echaba ginebra a la herida auxiliada por los socorridos algodones quita- maquillaje.
Sin embargó, pese a las prisas, no pasé por alto la sentencia garabateada en un trozo de esparadrapo que alguien fijó en la misma puerta del botiquín: “si robas ten clase y roba un banco, no robes un botiquín”
Me comentó el operario-tramoyista que harto estaba el encargado de reponer con medicinas el dichoso mueble para que cada tres por dos le desaparecieran las provisiones farmacéuticas
Eso me hizo pensar que no todos tenemos o tienen el coraje de desvalijar un banco, o un coche, o para colmo de males, una moto a la que solamente le entrara la primera marcha, como nos pasó a mi compañero de aventuras delictivas Teodorín y a mí, que tenemos ficha policial expedientada por el pertinaz, intrépido, y ya difunto Zapata, terror de los rufianes de poca monta en mi tierra natal, pero eso lo contaré otro día. Por cierto, Teodorín siguió engordando sus fechorías y actualmente está en la cárcel de Topas.
Se necesita sangre fría y destreza para hacer carrera en este cometido, o al momento se destapa la poca pericia del pollo. O necesidad, también es un válido estímulo este, pero para eso no se roba un banco, se hurta lo justo para comer o seguir bailando.
Pues decía que como no tenemos suficiente valentía o arrojo para hacernos con un buen botín, nos resulta más cómodo satisfacer nuestro cerebro reptiliano y posesivo engañándolo, comiendo las migajas de los que se lo llevan crudo, y robando a la postre unas gasas, tiritas o algodón de un botiquín desamparado en un pasillo poco concurrido donde los botes de aspirinas para el dolor de cabeza ya caducaron hace tiempo, y el peróxido de hidrógeno se ha convertido en producto óptimo para el blanqueo de dientes, quesos o aves en mataderos industriales.
Dicen que el mismo placer es el que sienten los jugadores ante las máquinas de videojuegos, la recompensa inmediata por el esfuerzo realizado.
Es como incendiar un bosque y que una lluvia imprevista lo apague al poco rato.
Entonces necesitan reafirmarse otra vez en su mundo virtual donde todo suele acabar con un final feliz.
Ya podía imaginar, por que la había vivido, la desesperación del herido buscando atropelladamente un ungüento para su mal en un botiquín vacío, cuando el encargado le había jurado y perjurado que estaba repleto de química como la sangre de un politoxicómano.

A la mañana siguiente, el boticario me suministró previo pago, algodón, yodo, gasas, alcohol, y una distinguida deferencia a lo mucho que le gustó a él y a su mujer la obra que anoche representamos en el Rina Celi.
Fui a una librería cercana, pregunté al librero si tenía un libro muy socorrido para estos casos: Pepa Niebla, de Torcuato Luca de Tena, lo compré, y por la tarde, antes de la varietté, lo abandoné en el botiquín agazapado detrás de los suministros como medida de último socorro.

"EL RERRE"



En la estación del AVE de Ciudad Real hice una entrañable amistad con un sevillano tomando cañas y unos lustrosos huevos que ponían a modo de tapa. Comí seis, y en cada uno de aquellos espectaculares huevos duros parecía que de un momento a otro saldrían del cascarón Gala y Dalí como en su famosa performance.


Este ilustre andaluz que recogía orgulloso en un manojo todos los tópicos de su tierra, comió menos huevos, y sin embargo, se le trababa bastante la lengua. Era por los nervios, decía, la bicha de hierro me acojona sobremanera, picha, no lo puedo evitar, es subirme al cacharro y quedarme como un pajarito embalsamao, y eso que me tomo mi pastillita para el mareo y beso con devoción la imagen de San Cristóbal de Licia, patrón de los viajeros, pero no hay manera, me puede el miedo y el ruido de lavadora de este endiablao cacharro.
El caso es que en las dos horas menos cuarto que dura el trayecto nos dio tiempo a contarnos varias anécdotas graciosas de nuestras vidas, a seguir mareándonos, que ahora éramos dos los aquejados, con bebidas espirituosas del vagón restaurante y a resolver a nuestra manera los innumerables problemas de economía nacional que en estos días sufrimos, y en esas estábamos cuando me relató el motivo de su sufrido viaje.
Mi abuelo, que en paz descanse, fue el famoso matador de toros Manuel González Buzón, “el Rerre”, habrá oído usted hablar de él, Nunca, Pues yo le voy a decir dos cosas, la primera es que era un animal. Mi abuelo, carente de cualidades artísticas, pero rebosante de fortaleza física y ejemplar agilidad, ponía tal pundonor en sus faenas que el día que tomó la alternativa en Córdoba a manos de “Conejito”, en la suerte de espadas, pinchó dos veces en hueso, y en las dos ocasiones partió el estoque debido a la fuerza con que atacó al bicho. Mi abuelo “Rerre” mataba siempre a los toros por todo lo alto, dejando muchas veces en los pitones algún jirón de su camisolín rizado o algún bordado de su chaquetilla, también cuentan que toreando en Bormujos, un toro se le arrancó de improviso y cuando ya estaba a punto de cogerle le dio tal puñetazo que le hizo cambiar de dirección. Impresionante, No lo dude usted, Camarero, por favor, dos vinos más, La segunda es que mi hijo, otro portento tardío de la naturaleza, en Febrero del año entrante, toma la alternativa en la feria de Santa Agueda, y temo lo peor de este zopenco atrevido, por eso vengo de Albacete, de encargar a un maestro artesano de la fragua un estoque de cuatro canales para que el primer toro que mate mi hijo, lo mate de verdad, sin zancadillas óseas. ¡Olé! Brindemos por el triunfo del arte, por cierto, ¿con que nombre artístico se anuncia en los carteles su hijo? Le llaman “El Rerre II”.



MALENTENDIDO.

Caracolas. Caracolas de mar, grandes y nacaradas. Enormes. Las levanto justo a la altura de mis ojos, las observo. Intento mirar en su interior y solo advierto un telillo como socarrado, un himen de monja de clausura que más bien parece una telaraña empolvada.
Meto mi hocico, lo acomodo en la cavidad y absorbo con la debida fuerza para que el animalito gelatinoso que la exuberante concha lleva dentro, empantane mi boca de mar salada y descienda por mi traquea en un lapsus parejo de tiempo.
Un placer.

- ¡Que maldad tiene usted, señor Cochón!, es usted un cable caído... Supongo que habrá observado con esos ojitos lo rápida y fácilmente que se desprenden los rabos en las lagartijas.

MALENTENDIDO II

No pretendía causar ninguna impresión a mademoiselle Beatriz. Ni buena, ni mala. Si acaso comí caracolas un tanto lascivamente, bien pudiera ser efecto, sin duda, del amontillado cordobés gustado en el aperitivo. Es cierto que era una chica muy guapa y sus atributos estaban estrechamente emparentados con los árboles de navidad, pero nos estrellamos en las presentaciones.
Monsieur Enrique, leal crítico de teatro, entró en el restaurante llevando de su brazo a una señorita con sombrero, como un pirata lleva un parche en el ojo y un loro azul en el hombro. Se acercó a la mesa donde comeríamos y me indicó: Cochón, le presento a usted a mi queridísima hermana del alma, Beatriz.
Yo le besé la mano cortésmente y le dije: bonito nombre el suyo, musa y símbolo de la gracia de Dante.
-¿de quién dice usted?
-de Dante. Ya sabe, la divina comedia, siglo Xlll, el infierno, el purgatorio, el cielo,... Y le recité una pequeña parte de un soneto, añadiendo su nombre al final para darle más énfasis:

Amor brilla en los ojos de mi amada, Beatriz,
y se torna gentil cuando ella mira:
donde pasa, todo hombre a verla gira
y a quien ve tiembla el alma enamorada.

Otra ninguna mis pupilas llena;
y si las miro, no dudéis, Señora:
lo que disperso en otras enamora
vuestra beldad lo junta en gracia plena.
Beatriz, oh!, Beatriz.

-¡Bravo, bravo! Me va a sonrojar usted con su atrevimiento.

Nos sentamos los tres a la mesa en fraternal camaradería, sin percibir, ingenuo de mí, la menor sospecha de interés hacia mi persona de la joven y anhelante Beatriz, obcecado como estaba por la tragantona a marisco que maquinaba consumar a costa de la revista de mi generoso amigo, Enrique.

No obtuvimos una buena crítica en el dominical de su publicación, pero tampoco la merecimos. El día que vino a vernos, Dora estaba borracha como una cuba a las siete de la tarde, a las siete y cuarto, en los camerinos del teatro le tiró su estuche de maquillaje al desprevenido Enrique para dilapidar ciertas rencillas del pasado, a las ocho y veinte, entre pitos del público fue suspendida la función por indisposición de los actores, circunstancia esta ajena a la dirección.

Tengan la amabilidad de canjear sus entradas y dispensen las molestias.

CLOWN I

El viento relame tu hocico mientras el agua fresca traquea en tus pezuñas y las hunde poco a poco en la arena. No es una buena época noviembre para pasear por la playa por muy romántico que le parezca a Patrocinio. Nos va a causar un resfriado idílico este estallido de pasión bobalicona.
Es cierto que hacía mucho que no nos veíamos, tres años del último brindis. Unas cuantas llamadas anunciando alguna tournée cercana a su domicilio, o algunas de sus múltiples exposiciones de fotografías fueron los pretextos para reencontrarnos y envolvernos en celofán a modo de caramelos, por que si de algo rebosa Patrocinio es de dulzura y poder de seducción. Siempre me enreda en sus tejemanejes, y no digo yo que cuando no quiera no pueda, pero temo tanto a un resfriado como a un marido agraviado.
Viéndome las cerdas erizadas se compadeció de mí, me agarró del brazo y ya no se desclavó de él en todo el día.
Acordamos ir al museo de la sal del pueblo marinero donde reside para terminar de rematar la mañana. Montañas y montañas formidables de sal ondulaban el horizonte, enormes, brillantes, monumentales como las pirámides del valle de Giza en escala contenida. Una gran casa que parecía de nata era la única edificación aislada en un mar parcelado, mortecino y escurrido al sol. Antes fue un antiguo molino de sal, y ahora por sus distintas dependencias se albergan oficinas, un observatorio de aves, un horno de cal y el propio museo, donde la misma mujer que nos cobró la entrada nos hizo de guía a un grupo reducido de curiosos revelándonos al detalle las particularidades del entorno al tiempo que atendía al teléfono cuando este sonaba.

En una sala estaban expuestos en aparadores infinidad de objetos realizados con sal, motivos marineros, barcos de todo tipo y tamaños, muñecas, maquetas de monumentos representativos de la ciudad, relojes, joyeros y bisutería, pasos de semana santa en miniatura, lámparas, esculturas...
Nos explicaron la importancia que tuvo la sal en la antigüedad:
“La palabra sal es derivada de Salus (diosa de la salud). Es interesante notar que la sal no sólo se usaba para condimentar y preservar comida, si no también se usaba como antiséptico aplicándola a las heridas. En los lugares de clima frío es sabida la aplicación en las carreteras y calles para poder quitar la nieve que se acumula en ellas, en el hogar se emplea a veces como quitamanchas para quitar ciertas manchas de los vestidos, para limpiar la cubertería de cobre, para mantener las brasas de un fuego, como dentífrico, en los recipientes elimina los olores... ¡RINGGGGG! ¡RINGGGGGG! ¡RINGGGGGG! Perdonen un momento.


Gracias por la espera, prosigamos: “Otra de las aplicaciones de la sal es como descalificador. La sal se emplea en la industria de elaboración de jabones y detergentes
Los usos rituales que involucran la sal son muy comunes en muchas culturas como "barrera contra el mal". Su protagonismo a lo largo de la historia le ha conferido un carácter casi sagrado y cargado de simbolismo”, (la mujer de Lot se convirtió en "estatua de sal").me dijo cómplice al oído Patrocinio, “en Japón se rocía con sal el escenario del teatro antes de comenzar la actuación para evitar las malas acciones de los espíritus. De la misma forma los judíos y los musulmanes creen que la sal les protege del ojo del diablo. En
En ciertas culturas asiáticas como la japonesa se suele emplear la sal en los rituales de purificación de personas y de lugares, este detalle de purificación se puede observar en los practicantes de sumo, donde los contendientes emplean la sal como purificación y expulsión de los malos espíritus antes de la lucha, es curioso que el término salario en castellano, es derivado del latín salarium, proviene de ‘sal’ y tiene origen en la cantidad de sal que se le daba a un trabajador (en particular, a los legionarios romanos) para poder conservar los alimentos y alimentarse”.
Finalizó su alocución resaltando que en los Pirineos se suele poner sal en los bolsillos de los novios para evitar la impotencia. Hubo risas generalizadas.
Estos romanos realmente tenían ingenio... interfirió el payaso que llevo en mí, haciendo una gracia explicando de donde provenía la palabra testificar...
En la actualidad, cuando se tiene que decir la verdad en un juicio se le hace jurar al testigo sobre la Biblia, pero en la antigua Roma esto no era así, en vez de jurar sobre la Biblia se apretaban los testículos con la mano derecha, de ahí viene la palabra testificar.
Nadie se rió.
Viendo que no hizo efecto la gracia añadí: de veras, es cierto,
La palabra testículo viene de "testiculus", compuesto de testis (testigo) y ”culus" que es usado como diminutivo, es decir, los testículos significan pequeños testigos.
Ninguna sonrisa en el museo.
Es más, concluí con sorna: en los Cónclaves, cuando ya se había elegido al cardenal que sería investido como Papa, este era sometido a una prueba realizada por otro cardenal, nombrado exclusivamente para tal menester, que consistía en que este último debía tocarle los genitales al Papa con la mano para asegurarse y “testificar” luego a los demás que éste era masculino, evitando así el fraude de haber elegido a una mujer haciéndose pasar por hombre.

Caras largas y secas como el salitre.

Muy interesante su observación, prosigamos con el recorrido, síganme...

-Vámonos, Cochón, ¿almorzamos algo?



CLOWN II

No es la primera vez que mi fracaso como contador de chistes se hace patente. Ya una vez, participando en una tertulia que derivó en temas científicos de profano fundamento, dicho sea de paso, se lapidaban unos a otros aportando con vehemencia datos científicos, mas bien sentencias, al estilo de: La tierra rota a una velocidad de mil seiscientos Km/h y se desplaza a través del espacio a la increíble velocidad de ciento siete mil Km/h., y luego queremos que este mundo no viva atropellado. O: La luz tarda ocho minutos y diecisiete segundos en viajar desde el Sol hasta la superficie terrestre, así que, siempre amanece tarde. O: A lo largo de todo un día, caen sobre la tierra casi dos mil rayos a causa de las tormentas eléctricas. Los rayos se mueven a un tercio de la velocidad de la luz...
¡Como si aportando alguna de estas reseñas esclareciera en algo el sentido de estar aquella tarde en el casino tomando un refrigerio bautizado con agua mineral! Se me ocurrió aportar mi sapiencia popular apostillando un testimonio demostrado: reconocerán ustedes, señores, que la diarrea es más rápida que el rayo y la luz, porque anoche fui al excusado tan rápido como un rayo, y cuando encendí la luz, fue demasiado tarde, ya me había aliviado.

Hubo un silencio seguido de miradas acusadoras, que no unas risas, pero mi amigo Pérez-Bueno, se remangó el hábito, desabrochó la correa del pantalón y empezó a blandir el cuero por mi espalda por todo el salón como un jinete perseguido por el mismísimo diablo. Mientras, los demás contertulios lo coreaban y animaban a mostrar su famoso juego de piernas del que hacía alarde en sus múltiples combates de juventud, que quien tuvo, retuvo.
Una jocosa ocurrencia que todos tomamos a chanza, gracias a Dios.

PASOLINI


La mañana del 2 de noviembre de 1975, en un descampado de la localidad costera romana de Ostia, una mujer llamada María Teresa Lollobrigida encuentra el cadáver de un hombre. Reconocen el cuerpo como el de Pier Paolo Pasolini.

“Cuando encontraron su cuerpo, Pasolini yacía boca abajo, con un brazo ensangrentado y el otro escondido bajo el cuerpo. Su pelo, lleno de sangre, cubría su frente excoriada y desgarrada. Su cara, deformada por la hinchazón, estaba negra de tantos moratones y heridas; negros y rojos de sangre también sus brazos y las manos. Los dedos de la mano izquierda estaban fracturados y cortados; la mandíbula izquierda, fracturada; la nariz, aplanada y desviada a la derecha; las orejas, cortadas por la mitad, y la derecha, arrancada. Tenía heridas en los hombros, en el tórax, en la espalda, de las huellas de los neumáticos, de su propio coche, que le había atropellado. Tenía un terrible desgarro entre el cuello y la nuca; diez costillas fracturadas, igual que el esternón; el hígado desgarrado en dos puntos; el corazón, estallado”.

[Autopsia del cadáver de Pasolini, "Corriere della sera" del 2/11/77]

Parece mentira que un chapero de diecisiete años apodado “pino la rana” acabara con la vida de Pasolini. Nadie se lo creyó, ni el propio pelosi al autoinculparse del sanguinario crimen cometido después de que los carabinieris lo encontraran conduciendo el Giulietta 2000 con cuyas ruedas fue rematado su propietario.

Cuenta que encontró a Pasolini cerca de la estación Termini, y que tras cenar en un restaurante se desplazaron hasta el lugar donde fue encontrado el cadáver. Allí, según la versión de Pelosi, Pasolini intentó tener con él una relación sexual, y al ser rechazado reaccionó con violencia, con la consiguiente reacción del chico. La justicia italiana sospechosamente no llevó la investigación hasta el final, contentándose con la versión de “la rana” Pelosi.
Ya se sabe como funciona esto, primero matamos al genio para que no de guerra en persona, y luego lo aprisionamos en un póster.


Al final Giuseppe Pelosi fue condenado como único culpable del asesinato de Pasolini.
¿Quién iba a defender a ese grano en el trasero, comunista, maricón, que no dejaba títere con cabeza en ningún círculo bien pensante de su país, ni en la derecha ni en la izquierda,
que tenía enemigos declarados en todas las trincheras posibles, que era crítico con todas las iglesias, ya fueran religiosas o laicas?

Desde hace años, cada noviembre rindo mi personal culto a un hombre que cinematográficamente me ha hecho inmensamente feliz. Siempre recuerdo como me dormí en el salón de casa de mi amigo Manolo visionando Edipo rey y su lisérgico comienzo, o como me sedujo Accattone, representante de los chaperos jóvenes cuyos servicios tanto le gustaba al artista solicitar, o la belleza de un Jesús diferente en Evangelio según San Mateo, un cuadro plagado de belleza en cada fotograma, y la gracia escondida que tienen las situaciones crueles de saló o los 120 días de Sodoma. Los salvajes que lo mataron, es un secreto a voces, pensarían que quien a hierro mata, aunque sea intelectualmente, a hierro muere, y todos tan contentos.

LETTRE DE LA MORT

Recibir un correo electrónico de un fallecido, te deja expectante ante la pantalla del ordenador, atónito ante la unión del más allá con tu persona a través de un cable de red, lo abro o no lo abro, vuelvo a mirar el remitente, sí es él, es su dirección de correo y fue mandado ayer por la noche, no cabe duda...
Me recuesto en el sillón haciéndome infinidad de preguntas, multitud de interrogantes, (la mayoría absurdos) se amalgaman en mi mente, supersticiosos y agoreros. Será que siendo previsor como era, habrá programado el correo para ser enviado a sus amigos después de su muerte... será que me he equivocado al abrir mi cuenta y tengo delante de mis ojos un mensaje antiguo. Me incorporo y vuelvo a mirar el escrito, todo está correcto. Será que mi aciago amigo sigue vivo en el hiperespacio, con su que hacer habitual dentro de las redes sociales, suscripciones a noticias del motor y aportando cantidades periódicas de su cuenta corriente al proyecto de llevar cuentos, hablados o escritos, a los campamentos de refugiados saharauis. ¿Que pasará ahora con los visones adoptados en la granja reserva de Galicia montada por el FLA (frente de liberación animal) y ADEGA (Asociación para la defensa ecológica de Galicia)?, ¿serán por ello repudiados de la manada, obligados a subir a un coche siciliano y dar una vuelta por el campo? Me decido a abrirlo, debe de ser una broma macabra de algún funesto amigo en común...


Desde el tremendo dolor por la pérdida de............., queremos agradecer vuestra presencia y el apoyo que nos habéis prestado en estos días tan dolorosos para todos. Ha sido una pérdida irreparable para todos, familia y amigos, y aunque desgraciadamente ya nada se pueda hacer, no por ello queremos dejar de expresar nuestro más sincero agradecimiento a todos por habernos hecho algo más leve el tremendo sufrimiento por el que estamos pasando. Estad seguros que él estaría orgulloso de saber que todos sus amigos han estado ahí, apoyando a su familia hasta el final.

Muchas gracias a todos

Familia Tal y Familia Cual.





Curioso modo de operar el de la viuda y bien nacida en su sufrimiento, al agradecer la asistencia al sepelio de su difunto esposo. Novedoso al menos, para este viejo cochon que no deja de sorprenderse, el método empleado por lo inusual del asunto y por lo accesibles que estamos aun sin darnos cuenta.
Tan cerca, y a kilómetros de distancia.

Sabes que probablemente no veas más a esa persona, no la abraces más, y pese a todo, la esperanza sigue en contacto.

Multitud de interrogantes, sin duda.

LA TOURNÉE.


Me llegó esta mañana por correo la ansiada confirmación que mi cuenta corriente estaba esperando: Salimos a provincias. Y se antoja una gira larga, por que ahora, cualquier pueblo que se precie tiene una sala de teatro donde poder cantar y bailar, travestirse y animar, en definitiva, a la tropa.
Esta obra que exhibimos, sin embargo tiene un carácter más intimista, el suicidio de un hombre maduro y su pasión por los jerseys de angora planean sobre esta función constantemente.

Cabe decir que los avances técnicos aportan oxigeno y cobertura para alargar en el tiempo las representaciones. Ahora se canta en play back, algo que agradezco, mi voz siempre suena perfecta aún con la perseverancia de mis cigarros puros. Cuatro meses llevamos ya representando este oficio en la capital, y no queda una sola “chick” que en el desenlace del espectáculo no se haya reído y enjugado las lagrimas en el único pase de tarde que operamos.

El director es un joven particularmente extraño en cuanto a la forma de interpretar el libreto, piensa en modernizar el argumento con imágenes minimalistas y decorados de diseño, en contraste con la buhardilla desolada en la que habita el viudo protagonista, y que poco a poco va convirtiendo en un templo del cabaret. Y para esa parafernalia, se necesitan muchas luces de colores y muchos objetos con historia que te hagan imaginar la vida reprimida que este hombre ha digerido. Pero él hace caso omiso a nuestros consejos, (hace bien), y se empeña en postrarnos sobre camas japonesas y muebles de ikea, con lo bien que quedaría un diván isabelino y espejos pulidos en plata...
Mis dos amigas y compañeras de reparto, cómplices en innumerables giras, están eufóricas de volver a la carretera, Ya tienen una edad para lucirse emplumadas y el cuello doblado de tantos tocados que han soportado, pero conservan en la sangre algún extraño germen transgresor, que llama como canto de sirenas al pecado. Saben que suelen tener muy buena acogida entre alcaldes y gente pudiente de los pueblos, que les mandan presentes y ramos de flores que les crean en los ojos chiribitas, y doy fe que mas de una vez han sido tentadas a abandonar este viciado mundo y resguardarse al abrigo de algún acaudalado constructor, de los que cuando delante de ellos, en algún acto social, se trata de cualquier cuestión de arte o literatura, se encogen de hombros, y por poco que se les apure, confiesan ingenuamente que son unos bestias en el asunto, y nos oyen hablar a nosotros, los pobretones, y parecen poseídos de inocente admiración hacia unos seres que saben tantas cosas, y hablan de tantas cosas, y nunca han sabido hacerse ricos como ellos.



CAMPILLO.

El señor Campillo, con su coleta engominada y barriga cervecera, hace honor al espíritu de los vikingos cuando modula los sonidos guturales con el gas desbocado que articula por su boca.
¡BURRRRRGGGGGGGGGGGGGGGGG!, y se queda tan pincho, dilatado, vasto, desparramado en el sillón granate del salón de levante al que tanto aprecio le tiene, como una gota de mercurio absorbiendo los rayos del sol a través de una lupa.
Se limpia la comisura de los labios con un pañuelo de tela que lleva bordadas las iniciales de su nombre completo: A.C.
Seguramente, lo bordaría su madre sabiendo la vida que le esperaba a su retoño siendo su padre la figura militar que fue. No pecaba de ignorancia aquella mujer, al sospechar que todas las pertenencias de su hijo acabarían guardadas en una de tantas taquillas que en su tiempo de soldado poseyó en los distintos acuartelamientos castrenses que recorrió por las cinco plazas de soberanía del África española: Ceuta, Melilla, Chafarinas, Alhucemas y el Peñón de Vélez de la Gomera fueron su jardín de infancia, escuela y vida, durante cincuenta y cinco años.
¡Qué diría su padre si lo viera ahora con esa melena blanca!
Lo fusilaría sin más, como a tantos otros mandó fusilar.

La primera vez que los compañeros de tertulia le recriminaron su mal gusto, este paquidermo repleto de naturalidad, se puso de pie, y con voz firme y seriedad de monaguillo, espetó; “en poco desmerece mi flatulencia a las conversaciones que he oído aquí esta tarde, así que tengan un buen día, señores”. Y se marchó con la cabeza bien alta por donde vino al día siguiente, y al otro, y al posterior, sin que nadie más en sucesivas fechas se escandalizara cuando Campillo aullaba como un lobo atragantado con un hueso de cordero.

A todo te acostumbras en la forma de ser de mi compañero Campillo, hasta a sus largos silencios después de una breve partida de dominó, cuando se queda mirando pensativo al cielo por los ventanales donde es evidente que sus ojos ambicionan perpetuar los encantos de alguna morita cuyo recuerdo, lleva tatuado en su piel. Y se apena de ver, que la retentiva mengua con el tiempo al igual que otras capacidades fisiológicas.
Se le ve desarmado en el cuerpo civil, muy cansado para ponerse firme ante nada ni ante nadie que se crea susceptible de lucir galones en algún género de materia.
Ascendido desde soldado raso y sin pasar por una academia militar, como diría Gonzalo de Berceo, un chusquero de toda la vida en román paladino, me recordaba al inolvidable personaje del coronel Kilgore que Robert Duvall interpretaba en Apocalypse Now, recorriendo Vietnam en busca de playas para hacer surf por el infierno, al mismo tiempo que era capaz de dirigir los ataques de los helicópteros al son de la música de Wagner y se embriagaba con los vapores arrebatadores del napalm.

¡Mozo, un Ballantine´s con ginger ale y cuatro piedras! (refiriéndose al hielo), suelen ser las pocas palabras que surgen de su boca en esos momentos de Embelesamiento

ROCINANTE.

Me muevo a 60 minutos por hora.
A Rocinante me lo paso por el forro de los...guantes.
Siempre le gano, está muy flaco
(Ni siquiera quiere montarlo su amo.)


Sin embargo, reconozco que cada vez me cuesta más seguir esta dieta de pobre. La despensa medio vacía y medio llena de alimentos insustanciales, aburridos, macrobióticos. Recurrir a un gimnasio tres veces por semana me parece una proeza, así que, alguna mañana fresquita, cuando me levanto pronto, salgo a trotar sin demasiada convicción por algún jardín con el miedo constante de que caeré fulminado de bruces por el esfuerzo y mi corazón se sentará a esperar que me incorpore sin mover un mísero ventrículo.

Sólo ella tiene la culpa. Si Anita no hubiera dicho aquellas palabras tan hirientes... No se debe hablar en esos términos cuando uno se está machacando los dientes con el repollo y los huesecillos de codorniz, ¡qu'une vieille de merde grognonne!

El recebo lo llevo en la sangre, es innato a mi condición, no debo alterar ciertas cualidades de mi genética. Respecto a vivir emparejado con una mujer y la fobia al compromiso amoroso a la que tenazmente alude... ¡para qué quiero una vaca si tengo leche gratis! Ya debería saber ella que no necesito a nadie que me recuerde que debo guardar mi cepillo de dientes en mi carry on, y que me incomoda sobre manera compartir mi papel toilet plagado de motivos de flor de lis, el emblema soberano de la realeza francesa...
Además, mi vida sexual hasta ahora nunca supo de reproches ni de amonestaciones que socavaran mi autoestima, y a cierta edad, siempre se agradecen los cumplidos. Nunca se está seguro de la reacción que la otra persona puede tener al manosear sus sentimientos con los tuyos. O si la mujer que se ama será capuleta, y un servidor montesco, y como diría Krahe, o me comprometen o las comprometo. No obstante, vivido lo vivido, reconozco que me resulta una fatiga agotadora seducir a alguien, embutirme en ese proceso laborioso en el que no se puede evitar mentir, simular ser alguien mejor de quien en verdad soy. Por eso, en ocasiones, ni siquiera aprovecho el ligue fortuito y viciado de una noche cualquiera, y me marcho a casa satisfecho sólo con el narcisismo de saber que habría podido.

LA MAYÉUTICA DE SÓCRATES

En las tardes que llovizna como hoy ha lloviznado, sentarse en el mirador y recibir a ráfagas los aromas del heliotropo mientras se cruza uno las pezuñas en la panza y entrecierra los ojos pensando en no masticarse los dientes con las encías, sencillamente no tiene precio. Es un homenaje, sin duda, y es gratis.

Al tiempo, en las losas de la terraza, advertí unos pasos acelerados, y cuando quise darme cuenta ya tenía frente a mi hocico la sonriente y exaltada cara de mi buen amigo Pérez-Bueno, que blandía agitado un grueso libro de tapa dura

-excúseme señor Cochon, pero no puedo mas que compartir esta revelación que he tenido en la biblioteca leyendo el diccionario filosófico de Voltaire... ¡Que gracia que a éste los sacerdotes de su época lo llamaran Lucifer!

“¿Está acaso roto el molde que formó a los hombres que amaron la virtud por sí misma, que ya no vemos aparecer en el mundo ni a un Confucio, ni a un Pitágoras, ni a un Tales, ni a un Sócrates? En los tiempos de éstos había multitud de devotos a sus pagodas y a sus divinidades, multitud de espíritus que temían al Cerbero y a las Furias, que asistían a las iniciaciones, a las peregrinaciones y a los misterios, y que se arruinaban presentando ofrendas de ovejas negras. Las maceraciones estaban entonces en uso; los sacerdotes de Cibeles se dejaban castrar para guardar continencia. ¿En qué consiste que entre todos esos mártires de la superstición, no cuenta la antigüedad ni un solo gran hombre ni un sabio? Consiste en que del temor no nace nunca la virtud.”

- ¡Gran reflexión!, ¿No le perece, Cochon?

- Perdone, no le he escuchado, no me dio tiempo a bajar a la tierra...

- ¡Visitando a los selenitas! ¿eh?, pues atienda ahora, que prosigue...

Los grandes hombres fueron siempre entusiastas del bien moral; la sabiduría era su pasión dominante; eran sabios como Alejandro era guerrero, como Homero era poeta, como Apeles era pintor, por una fuerza y una naturaleza superior, y he aquí quizás cómo nos podemos explicar el demonio de Sócrates.

Un día, dos ciudadanos de Atenas, al regresar de la capilla de Mercurio, se apercibieron que Sócrates estaba en la plaza pública. Uno de los ciudadanos dijo al otro: « ¿Es ése el malvado que dice que podemos ser virtuosos sin ofrecer todos los días corderos y ocas?» «Sí —contestó el otro—; es un sabio que no tiene religión; es el ateo que dice que no hay mas que un solo Dios.» Sócrates se acercó a ellos con su aspecto sencillo, con su demonio, con su ironía, y les dijo: «Amigos míos, os suplico que me oigáis dos palabras. ¿Cómo clasificaréis al hombre que ruega a la Divinidad, que la adora, que trata de semejarse a ella hasta donde se lo permite su debilidad humana, y que hace todo el bien que puede?» «De alma muy religiosa», le contestaron los dos ciudadanos. «Muy bien; ¿luego puede adorarse al Ser Supremo y tener religión?» «Estamos de acuerdo», respondieron los dos atenienses. «¿Pero creéis —prosiguió diciendo Sócrates— que cuando el divino Arquitecto del mundo organizó todos los globos que giran sobre nuestras cabezas, cuando dio movimiento y vida a tantos seres diferentes, utilizó para eso el brazo de Hércules, la lira de Apolo o la flauta de Pan?» «No es probable.» «Pues si no es verosímil que empleara la ayuda de otros para construir el mundo, tampoco es creíble que le ayuden otros a conservarlo. Si Neptuno fuera el dueño absoluto del mar, Juno del aire, Eolo de los vientos, Ceres de las cosechas, y uno de esos dioses quisiera el tiempo sereno cuando otro quisiera vientos y lluvia, podéis comprender muy bien que no subsistiría el orden que subsiste en la Naturaleza, y tendréis que confesarme que es necesario que todo dependa del que la creó. Entregáis cuatro caballos blancos al sol y dos caballos negros a la luna; pero ¿no es preferible a esto que el día y la noche sean el resultado del movimiento que imprimió a los astros su creador, que produzcan el día y la noche seis caballos?»

Los dos ciudadanos se miraron el uno al otro y nada contestaron. Sócrates acabó por probarles que podían recoger cosechas sin dar dinero a los sacerdotes de Ceres, ir a cazar sin ofrecer pequeñas estatuas de plata a la capilla de Diana, que Pomona no concedía frutas, que Neptuno no daba caballos y que debíamos dar gracias al soberano que lo creó todo.

Sus ideas eran completamente lógicas; su discípulo Jenofonte, tirando a Sócrates del brazo, le dijo: «Vuestro discurso es admirable; hablasteis mejor que un oráculo, pero os habéis perdido. Uno de los ciudadanos que os oían es el carnicero que vende los corderos y las ocas para los sacrificios, y el otro se dedica a la orfebrería, y saca grandes ganancias construyendo pequeños dioses de oro y de plata para las mujeres; os acusarán de que sois un impío que queréis impedirles que hagan negocio; declararán contra vos ante Abelito y Anito, que son vuestros enemigos y que han jurado perderos. Temed la cicuta; vuestro demonio familiar debió haberos aconsejado que no dijerais a un carnicero ni a un platero lo que sólo debíais decir a Platón y a Jenofonte.»

-¡Qué lúcida anécdota!, por que ya sabemos como acabó la historia. Algún tiempo después, los enemigos de Sócrates consiguieron que le sentenciara el Consejo de los Quinientos, entre los que creo recordar que obtuvo doscientos veinte votos a favor. Así pues, y esta es la gran revelación, ¡Sócrates bebió la cicuta por haber defendido la unidad de Dios!

-Hombre, entre otras cosas, que ya lo tenían en el punto de mira algunos piadosos envidiosos. Fue coherente con sus ideas, puede ser visto así, y eso es digno de elogios, hasta por la iglesia, como también podríamos decir que se suicidó al tomar la cicuta de su propia mano, cosa que no debe ser del agrado del creador por el énfasis que ponéis los religiosos en defender la vida.

-¡Pero era la pena exigida!, beberse el brebaje por “voluntad impuesta”, un suicidio inducido por sentencia del jurado!

-¡Pues sí!, seamos benevolentes con el gran maestro y pensemos que le taparon la nariz y le embucharon un buen trago de anticongelante mientras se resistía a empellones y mordiscos, “el listo”. Fuera como fuere, mártir aún no lo han aclamado.

-¡Pues ilustrare con este escrito al nuncio, no le quepa la menor duda que así lo haré, un hombre tan piadoso no debe caer en olvido!

- Vaya con cuidado, mi querido y entusiasta amigo, le recuerdo lo que dijo Jenofonte: “no dijerais a un carnicero ni a un platero lo que sólo debierais decir a Platón”.


La muerte de Sócrates, de Charles- Alphonse Dufresnoy

FERNANDITO.



Mi amigo Pérez-Bueno me enseñó muchas maravillas del cielo. Del universo, de la astronomía, para ser correctos. Conferencias casi privadas que gustosamente disfruté como casi tan rápido olvidé.

Las cuatro características de los jesuitas envolvían su piel manchada por infinidad de pecas: Autoconocimiento, Creatividad, Amor y Heroísmo.

A su manera pausada de hablar no le hacía merecimiento el entusiasmo de sus ojos agazapados detrás de “des lunettes“ de pasta marrón. Culto, ilustrado, ahora ya un poco descreído de tanta vuelta de tuerca, disfruta como le adoctrinaron en la compañía de Jesús, se chifla por un ejercicio espiritual y por aferrarse sobre manera a lo que dictan las normas del "Ratio Studiorum" sobre lo que debería ser un razonable jesuita:

"un hombre que desarrolle la capacidad de conocer la realidad y de valorarla críticamente, con la noción de que las personas y las estructuras pueden cambiar, unido a un compromiso de trabajar en favor de estos cambios de un modo que ayude a crear estructuras humanas más justas." [CESJ 58]

Paseaba apoyado en mi brazo mi estudioso amigo aquejado de un ataque de gota en el dedo gordo del pie derecho, y a unos metros por delante correteaba Fernandito con su cámara de fotos digital, un hijo de su sobrino Fernando, (gran profesor de química), que venía a ver con su “tío abuelo” la conjunción de la luna con el planeta Venus. No se trataba de un evento particularmente espectacular ni raro, me comentaba mi camarada, y me explicaba que una conjunción ocurre cuando dos astros observados desde un tercero (generalmente la Tierra) se hallan en la misma longitud celeste...

–Tiíto, tiíto, ¿puedo tirar piedras a los murciélagos?

-¿Pero que daño te han hecho a ti esas criaturitas, diablillo?

Pues como le decía, Los planetas internos ocupan cuatro posiciones sucesivas en su órbita, con respecto a la posición de la Tierra en la suya. Estas son: conjunción superior, máxima elongación oriental, conjunción inferior y máxima elongación occident...

-Tiíto, tiíto, ¿puedo recoger las monedas de la fuente?

-¡Pero bueno Fernandito, que bicho te ha picado con las piedras y la fuente esta noche, haz el favor de venir aquí inmediatamente!

Y mi amigo Pérez-Bueno se desenlazó de mi brazo, y tranquilamente, como si estuviera en un púlpito, le expuso a su “sobrino-nieto”:

Desde pequeños deben aprender los niños a no interrumpir, Fernandito, a escuchar con respeto no sólo exterior, sino interior, procurando comprender y asimilar. Interrumpir equivale a decir: su opinión no me interesa, ya ha hablado usted demasiado, escúcheme a mí que tengo algo más interesante que decir. Interrumpir revela una infección por egoísmo. El que habla sólo de sí, piensa sólo en sí. Y el que piensa sólo en sí es horriblemente mal educado por más instruido que sea, Fernandito.

Y en ese momento noté el peso de la educación jesuítica, el paradigma pedagógico ignaciano, una formación total y profunda de la persona hacia la excelencia humana y académica; el crecimiento global de la persona; la formación de un hombre/mujer para los demás, equilibrado, competente, abierto al crecimiento, a la trascendencia, compasivo, comprometido con la justicia y el servicio... pero Fernandito, al cabo de un rato volvió a interrumpir:

-Tiíto, tiíto, ¿se va a comer esta noche la luna a la estrella pequeña?

-¡me cago en la madre que te parió, Fernandito!


ANITA


Dice que ni por asomo tiene comparación un piso fregado de rodillas, brillante y lustroso a golpe de riñón, con cubo, gamuza y jabón en pastilla, que otro con fregona y productos de limpieza químicos, que sabe Dios que polvos le echarán para que huela como un bosque de pinos.

-Pero Anita, mi vida, le compré hace ya un tiempo un robot de limpieza a vapor para ahorrarle un desmedido esfuerzo, que según me explicó el vendedor, bastaba con cargar el deposito de agua, conectarlo a la corriente y atizarle a todo tipo de suciedad inconveniente como un soldado en el frente a pecho descubierto.

-No me vengas con maquinitas ni con palabrejas de señorito, que te conozco desde que debutaste en el Albéniz con “Don Gil de las calzas verdes”, y no soy yo una de tus coristas jovenzuelas engatusadas a base de pamplinas, a las que engañas convirtiéndote en un gato de ancora cuando te conviene, dulce y meloso como todos ellos, pero ensuciando todos los rincones de la casa con los pelos que sueltas...

-Mon Dieu, Anita, casi podría ser mi madre, es cierto, por esa fraternal razón quiero que su trabajo tan esmerado y pulcro le sea a la par liviano. Si apenas paro por casa no más que a descansar o a resguardarme del calor, no encuentro necesario tanto esmero por su parte, que su actitud parece más bien obsesión.

-Algún día hablaremos de la bodega, entonces saldrán a la luz las obsesiones del señorito, mientras tanto, su eminencia, haga el favor de levantar las pezuñas y no moverse del sillón durante un buen rato si no quiere su ilustrísima ganarse un pescozón. Y ya está apagando el puro que voy a vaciar los ceniceros.

Y de esa guisa me trata mi querida Anita, voluntariosa como nadie, limpiando el suelo de rodillas como si su penitencia durase toda una vida, rompiendo sin miramientos cualquier periódico viejo con artículos interesantes para limpiar los ventanales, frotando con bastoncillos de los oídos los enchufes de la luz, encaramándose como un avezado alpinista a desempolvar los capiteles del balcón.

Un huracán con artritis, un luto despintado, un moño teñido frente al espejo con hojas de nogal y un beso cariñoso en la frente cuando se despide siempre con un adieu, mon cochon.



L'ARTISTE ENDEUILLÉ

Hay una nueva exposición en el casino. Han cubierto las paredes del zaguán y las del salón de levante con cuadros de un pintor valenciano. Este no sigue la escuela del pintor de la luz, paisano por casualidad, más bien toma conciencia social y retrata muy de cerca el sudor de campesinos extinguidos trabajando en inconvenientes condiciones, familias enteras envueltas en harapos recogiendo algodón, mujeres terriblemente mayores que ya no saben enderezarse, manos deformadas con muescas y callosidades que pretenden reclamar ser amputadas y descansar, o en su defecto, ser ahogadas en una palangana rebosante de agua bien calentita con sal.

Muy crudo, la verdad, para el luminoso salón de levante en mi opinión, pero el arte es continuamente bienvenido, como las paredes dispuestas a prostituirse para el artista.

He de comentar, que al señor Arcadio Mengotti, estos campesinos humildes, cabizbajos, pesimistas y redimidos por el trabajo le despiertan una evocadora ternura, y así me lo exponía, con su voz enjuagada en pipermín:


-... y es por eso que mi padre, zorro viejo donde los hubiera, embarcó con tan sólo diecinueve años a Manchester, y sólo la parte pícara de Dios sabe como se hizo con la concesión para España de los tractores Austin...




No pude más que ofrecerle mi pañuelo:-Ande, tome Arcadio, suénese la emoción, que esos campesinos nunca volverán.

ADIEU, MON AMI


24 de Agosto del año de nuestro señor de 2009.


Se ha muerto Juan “el banana”. La enfermedad lo ha devorado como se degusta entre las manos un buen churrasco, a dentelladas inmisericordes.

Gran fumador, gran bebedor, gran amante de lo bello, tal vez, por que desde muy joven sabía de su desgracia.

Por eso, a veces, iba siempre un pasito más allá que los demás, tanto en el exceso como en las tardes en que se abandonaba en el cine y se colaba de una sala a otra para ver todas las películas posibles mientras nosotros nos íbamos de tertulia.

La última vez que lo vi caminaba con muletas, apoyado en el hombro de su tocayo Juan, llevaba a su hijo de tres años a la fiesta de cumpleaños de las hijas de un amigo en común. Se había rapado al cero pero se le adivinaban los cuatro pelos de la refriega. En la pierna derecha que le habían amputado lucía un hierro provisional con final en un zapato tipo Frankenstein que se movía a su antojo, con vida propia; no le había pillado el tranquillo todavía, decía, pero bromeaba de ella y la ponía a propósito estirada para que los niños tropezaran con ella y luego se excusaba diciendo que no podía hacer nada, que bastante desgracia tenía encima.

Los padres, apurados, reprendían a sus hijos, y nosotros nos reíamos con mirada cómplice y brindamos varias veces esa tarde por la desgraciada vida, para que no nos falte el humor, aunque costaba, la verdad, costaba mucho acompañarlo en su sonrisa cuando me contaba que su hijo había heredado también la enfermedad. Tengo grabada la imagen del niño columpiándose ajeno a lo que la vida le deparaba mientras Juan me contaba la grave situación. La carnicería cerrada por no poderla atender, los continuos viajes al hospital, las insufribles pruebas a las que se sometió...

Me acordé de Conchi, ahora su viuda, mujer fuerte sin ninguna duda, aunque disfrazada de una delgadez engañosa, y guapa, muy guapa. Un toro demasiado bravo para lidiarlo el que le ha tocado en suerte a esa maravillosa mujer.

Descanse en paz, me cago en la puta, el alma de “el banana”, y que la misteriosa y genial energía de ese cuerpo hecho añicos, forme parte de algo que de verdad merezca la pena.



La muerte de Casagemas, Pablo Picasso

LA CASA DE LA PLAYA.



La casa de la playa es blanca como un capullo de algodón. Un faro de tranquilidad encalado incontables primaveras para deslumbrar con el sol del verano. Tiene una pequeña terraza sombreada donde solamente habita una hamaca ajada de tantos balanceos sesteros, y un porche donde el olor a mar se ha incrustado hasta la médula en los muebles apolillados.

Una pequeña escalera tallada en roca desciende hasta la arena donde las olas llegan ya sin fuerza a mojarte las pezuñas, y por la noche, esas mismas olas, parecen recobrar la vitalidad para adormecerte como un mantra, como una nana atonal, pausada y constante.

Siempre he pensado que aquí veré los últimos rayos de mi vida, que una noche de mar brava las olas atraparan en sus redes mi alma y me la arrebatarán como un carterista habilidoso, a la altura sin duda de los personajes de pickpocket, de Bresson.

Seguramente no pasará.

He visto infinidad de estrellas fugaces en este rinconcito de cielo y el mismo sinfín de veces he pedido los deseos correspondientes.

Algunos, los de largo recorrido, los he ido modelando para que se cumplieran. Los otros, los terrenales, los impetuosos, simplemente no ocurrieron. No les puse tesón.

A pesar de, sigo emocionándome al ver desprenderse una minúscula lágrima en el paraíso, y sigo pidiendo deseos por todas las causas perdidas, inclusive la mía.

Son las cuatro de la mañana y mi compañero de pesca, “el barbas”, sé que ve tantas estrellas fugaces como yo, y sé que sólo impera un deseo en su mente: que una buena pieza se trague de un bocado los tres anzuelos que lleva engarzados la sardina que usa como cebo. Que el cascabel encaramado en la cima de la caña suene a manera de una manada de gatos que vinieran hacia nosotros anunciando, a gritos, un banco de peces hambrientos. Pienso entonces atizarle con la botella vacía de vino al primer pez que muerda el anzuelo por atreverse a romper la rutina de las noches en blanco, de las madrugadas de vacío, donde el pez más grande siempre se escapa del engaño.

Y sé, que indudablemente, esto tampoco ocurrirá.

ADIEU.




La prueba ha resultado muy bonita, productiva y enormemente satisfactoria para un cochón que viene del vaudeville y se topa de bruces con el enigmático siglo XXI.

Tras mucho pensar sobre la causa de mis congéneres porcinos y sus vicisitudes, este cochón ha decidido abandonar la trama cerda y recoger esa costumbre española de saltar al ruedo y atornillar al toro por los cuernos.

Desde esta barricada enlozada relataré crudamente mis experiencias de señor trajeado con calcetines rotos, mis charlas en el casino y mis desventuras pocilgueras de vino peleón con etiqueta de diseño. Esa es, al menos, mi intención. A no ser que el ángel guarro que me guarda, decida en este tiempo de ocio veraniego acercarse a la deidad, e inculque en mí cierta empatía con los sinvergüenzas ombligueros.


ADIEU.



SAVED FROM THE FLAMES







enfin des vacances, cochons, me voy a mi pocilga playera y redacto mi última entrada a la que le tengo un gran cariño , la pedantería la dejo junto con el monóculo bajo la sombrilla.

En esta serie, saved from the flames, (salvados de las llamas), destaca sobre todo le cochon danseur, pero hay otras maravillas restauradas precursoras de casi todo el cine que hemos visto en el siglo XX.
Estupefacción es lo que provoca THE FIREMAN OF THE FOLIES BERGERE, con un Cameo incluido,(como se dice ahora) de la gran josephine baker ,que trata de un bombero borrachín que ve a todo el mundo a su alrededor como bellas mujeres desnudas, y estamos hablando de 1928.













Y esas primeras imágenes del mundo de los pigmeos a modo de documental de algún explorador intrépido salido de la misma novela de julio Verne,“cinco semanas en globo”, tampoco tiene desperdicio.


Kobelkoff, la performance de un hombre tronco y sus mañas para servir una copa de vino, levantar pesas, pintar un cuadro... o KIRIKI, los acrobatas japoneses con sus números imposibles desafiando a la gravedad.


Y otras golosinas más, como the monkey race, una persecución disparatada a un gorila muy humano, o la tan famosa excursión a la luna de la que todo el mundo alguna vez ha visto algún fotograma.
Le Cochon danseur -el Cerdo Bailarín es una película muda, francés burlesco, en blanco y negro y de 4 minutos de duración publicada en 1907.
Esta película sigue siendo la alegría de los cinéfilos que aprecian el cine sobre el tema del absurdo.

Hay va un adelanto