ACOMODANDO CABELLOS.

Se lo dije clara y rotundamente, sin miramientos, sin tapujos, mientras le acomodaba cariñosamente el pelo detrás de la oreja: “estás destrozando mi vida, mujer”.
Me miró fijamente a los ojos, y quemaba.

El psicólogo escuchó atentamente la charla, casi parecía interesado en las peripecias de mi psique. Se quitó las gafas. Cerró el cuaderno.
"No necesito más su dinero, ni su tiempo, ni su estulticia, usted está enamorado, sea valiente y apechugue con las consecuencias.”
¡Pero hombre! ¡Así, sin más! Sería más cómodo para todos que usted argumentara: “mire, relájese, sufre una crisis, ha abandonado el teatro y ahora masticar un solo personaje le resulta aburrido, demasiado llevadero, poca cosa, un blues sin florituras.” ¿Por qué? Se preguntaría estupefacto usted. Pues por que no tengo tiempo para estar enamorado, compréndalo, ni las arterias en condiciones para que bulla a raudales la sangre incontrolada, ni el estómago preparado para soportar cosquilleos inoportunos. A mi edad, la física de un muelle me parece una maniobra vertiginosa, una arriesgada temeridad.
¡Pero qué dramático se pone usted! frente a estas cosas del diablo, señor Cochon, mi abuela que en gloria esté, decía: "que ruede la rueda y gire la noria", pero claro, el licenciado soy yo, y debo darle al menos una solución, una escapatoria, me hago cargo, pero aunque parezca mentira, el procedimiento para estos casos no sale reflejado en los libros, tan sólo nos enseñan a detectarlo, y usted es un caso claro de manual.
¿Pero acláreme por qué?
Por la pajita de sorber que le despunta vivaracha del cerebro manchada de carmín.
¡Ah, eso…!
Sí, eso.



ACOMODANDO CABELLOS II





Una vez, entre bromas, después de una tarde de toros, le regalé una flor.
Un lirio blanco enano.
Una flor muy costosa y difícil de conseguir.
La desmembré de un ramo que veneraba la imagen de una virgen en la capilla de la plaza. No creo que a la talla le diera el juego que a mi me dio; una de las bondades de la madera es que todavía no ha desarrollado el uso del lenguaje. En todo caso, que me lo carguen allá arriba a mi cuenta.
Lo deshojó hasta donde le convino y delicadamente se la acomodó en el pelo.
La llevó encima muy elegante toda la noche.
Sentía la mirada lasciva de los hombres que reparaban en ella.
Sentía también el peso lúbrico de las miradas provocativas de las mujeres.
Parecía un cántaro repleto de agua fresca. Dispuesta a dar de beber a todo el mundo.
Le rebosaba el agua limpia por los exuberantes poros.
A mi modo de ver, le faltaban unas gotas de anís a aquel líquido elemento.
Hubiera sido sublime. Pero pocas noches me he visto saciando mi sed con agua.
Eso solía pasar por las mañanas, cuando mi garganta necesitaba urgentemente lavarse la ropa interior. No es rebeldía, es acritud.
Se hizo temprano y ya no estaba. El manantial se transformó en rimel corrido y dolor de cabeza, en vómito bilioso y melena greñosa.









LLANO CHICO.




Cuando dialogo conmigo mismo, siempre acabo convencido, metido en costura, y si por un casual mi interlocutor está de viaje por Llano Chico (Ecuador), y ha sido agasajado con un par de gajos de hikuri, se (me) vuelve insoportable y no se (me) comporta de forma convencional, y me siente frágil como las ramas de un árbol seco, y aprovecha entonces la ocasión y suelo acabar magullado, apaleado, con el mismo ímpetu con el que aporreaba a ostias el piano Thelonious Monk.
No estaba preparado para esa fiesta, y por si acaso, llevaba resguardado en el bolsillo interior de la chaqueta mis 20 mgr de Diazepam.

"Para mí, de yo,"decía el lugareño (mamado) en la discoteca-almacén, y bailaba agradecido la auto dedicatoria desde la misma cabina del pinchadiscos. Un ambientazo.

Sin embargo, será la altitud del lugar, serán estos cambios bruscos de temperatura que han demolido a barrenazos mi sinusitis casi crónica, que últimamente por estas tierras me chiflan los perfumes de mujer, me vuelven loco, aspiro la fragancia con el ansia de un enfermo espitoso y me siento como Fernando Fernán Gómez en “el anacoreta”. Llevo ya un tiempo-lo reconozco- sintiéndome así, lanzando mensajes por el retrete como hacía el protagonista. Pero la alegría de volver a oler, a husmear, es tan admirable como la resurrección de Lázaro, el simple hecho de sentir el aire y desarrollar tantos matices en una bocanada te inspira si cabe aún más el amor por la belleza, te llena la sangre de muelles saltadores, te redime, en definitiva, como una buena bula papal.
















LE PASSAGE DE L'HEURE






Hoy he saltado como un chiquillo sobre el colchón de mi cama
Me he tomado dos cervezas mientras preparaba la cena
He arreglado una cisterna en un lavabo de señoras
He puesto la ropa a lavar
He pronunciado en árabe un insulto
Ha conversado con un galés
He asustado a un gato
He conducido unos cuarenta kilómetros
Me he mordido la lengua
He caminado deprisa para llegar a un lugar
He ordenado unos papeles acumulados en el escritorio
He desayunado un complejo vitamínico
He tomado café
Me he recortado el bigote
He tendido la ropa para que se secara
Me he reído con unos niños
He estrenado una camisa
He girado la vista para ver pasar a una mujer
He escuchado música
He tarareado una infinidad de canciones
He tocado un rato una guitarra que restauré
He comprado un sello
He visto unos minutos sueltos de un concurso de televisión
He abierto las ventanas para que respirara la casa
He discutido-quien lo diría- de política
He probado un poco de chocolate
Me he comido una mandarina y dos castañas
He cambiado la pila al reloj de la cocina
He tirado a la basura un trozo de pan duro
He recogido las cenizas de la barbacoa de anoche
He dormido la siesta en el sofá
He catado el vino del barril
Me he lavado las manos con jabón
He comprado unos palitos de canela en rama
Te he extrañado al enterarme de un chascarrillo
Me ha despertado Jim Jones Revue.
Me he sentido inútil frente a un sudoku
He comido ragout de ternera con patatas
He garabateado todo esto en un folio
Lo he escrito después en el ordenador.
Ahora estoy cansado, y me voy a dormir.