LA MAYÉUTICA DE SÓCRATES

En las tardes que llovizna como hoy ha lloviznado, sentarse en el mirador y recibir a ráfagas los aromas del heliotropo mientras se cruza uno las pezuñas en la panza y entrecierra los ojos pensando en no masticarse los dientes con las encías, sencillamente no tiene precio. Es un homenaje, sin duda, y es gratis.

Al tiempo, en las losas de la terraza, advertí unos pasos acelerados, y cuando quise darme cuenta ya tenía frente a mi hocico la sonriente y exaltada cara de mi buen amigo Pérez-Bueno, que blandía agitado un grueso libro de tapa dura

-excúseme señor Cochon, pero no puedo mas que compartir esta revelación que he tenido en la biblioteca leyendo el diccionario filosófico de Voltaire... ¡Que gracia que a éste los sacerdotes de su época lo llamaran Lucifer!

“¿Está acaso roto el molde que formó a los hombres que amaron la virtud por sí misma, que ya no vemos aparecer en el mundo ni a un Confucio, ni a un Pitágoras, ni a un Tales, ni a un Sócrates? En los tiempos de éstos había multitud de devotos a sus pagodas y a sus divinidades, multitud de espíritus que temían al Cerbero y a las Furias, que asistían a las iniciaciones, a las peregrinaciones y a los misterios, y que se arruinaban presentando ofrendas de ovejas negras. Las maceraciones estaban entonces en uso; los sacerdotes de Cibeles se dejaban castrar para guardar continencia. ¿En qué consiste que entre todos esos mártires de la superstición, no cuenta la antigüedad ni un solo gran hombre ni un sabio? Consiste en que del temor no nace nunca la virtud.”

- ¡Gran reflexión!, ¿No le perece, Cochon?

- Perdone, no le he escuchado, no me dio tiempo a bajar a la tierra...

- ¡Visitando a los selenitas! ¿eh?, pues atienda ahora, que prosigue...

Los grandes hombres fueron siempre entusiastas del bien moral; la sabiduría era su pasión dominante; eran sabios como Alejandro era guerrero, como Homero era poeta, como Apeles era pintor, por una fuerza y una naturaleza superior, y he aquí quizás cómo nos podemos explicar el demonio de Sócrates.

Un día, dos ciudadanos de Atenas, al regresar de la capilla de Mercurio, se apercibieron que Sócrates estaba en la plaza pública. Uno de los ciudadanos dijo al otro: « ¿Es ése el malvado que dice que podemos ser virtuosos sin ofrecer todos los días corderos y ocas?» «Sí —contestó el otro—; es un sabio que no tiene religión; es el ateo que dice que no hay mas que un solo Dios.» Sócrates se acercó a ellos con su aspecto sencillo, con su demonio, con su ironía, y les dijo: «Amigos míos, os suplico que me oigáis dos palabras. ¿Cómo clasificaréis al hombre que ruega a la Divinidad, que la adora, que trata de semejarse a ella hasta donde se lo permite su debilidad humana, y que hace todo el bien que puede?» «De alma muy religiosa», le contestaron los dos ciudadanos. «Muy bien; ¿luego puede adorarse al Ser Supremo y tener religión?» «Estamos de acuerdo», respondieron los dos atenienses. «¿Pero creéis —prosiguió diciendo Sócrates— que cuando el divino Arquitecto del mundo organizó todos los globos que giran sobre nuestras cabezas, cuando dio movimiento y vida a tantos seres diferentes, utilizó para eso el brazo de Hércules, la lira de Apolo o la flauta de Pan?» «No es probable.» «Pues si no es verosímil que empleara la ayuda de otros para construir el mundo, tampoco es creíble que le ayuden otros a conservarlo. Si Neptuno fuera el dueño absoluto del mar, Juno del aire, Eolo de los vientos, Ceres de las cosechas, y uno de esos dioses quisiera el tiempo sereno cuando otro quisiera vientos y lluvia, podéis comprender muy bien que no subsistiría el orden que subsiste en la Naturaleza, y tendréis que confesarme que es necesario que todo dependa del que la creó. Entregáis cuatro caballos blancos al sol y dos caballos negros a la luna; pero ¿no es preferible a esto que el día y la noche sean el resultado del movimiento que imprimió a los astros su creador, que produzcan el día y la noche seis caballos?»

Los dos ciudadanos se miraron el uno al otro y nada contestaron. Sócrates acabó por probarles que podían recoger cosechas sin dar dinero a los sacerdotes de Ceres, ir a cazar sin ofrecer pequeñas estatuas de plata a la capilla de Diana, que Pomona no concedía frutas, que Neptuno no daba caballos y que debíamos dar gracias al soberano que lo creó todo.

Sus ideas eran completamente lógicas; su discípulo Jenofonte, tirando a Sócrates del brazo, le dijo: «Vuestro discurso es admirable; hablasteis mejor que un oráculo, pero os habéis perdido. Uno de los ciudadanos que os oían es el carnicero que vende los corderos y las ocas para los sacrificios, y el otro se dedica a la orfebrería, y saca grandes ganancias construyendo pequeños dioses de oro y de plata para las mujeres; os acusarán de que sois un impío que queréis impedirles que hagan negocio; declararán contra vos ante Abelito y Anito, que son vuestros enemigos y que han jurado perderos. Temed la cicuta; vuestro demonio familiar debió haberos aconsejado que no dijerais a un carnicero ni a un platero lo que sólo debíais decir a Platón y a Jenofonte.»

-¡Qué lúcida anécdota!, por que ya sabemos como acabó la historia. Algún tiempo después, los enemigos de Sócrates consiguieron que le sentenciara el Consejo de los Quinientos, entre los que creo recordar que obtuvo doscientos veinte votos a favor. Así pues, y esta es la gran revelación, ¡Sócrates bebió la cicuta por haber defendido la unidad de Dios!

-Hombre, entre otras cosas, que ya lo tenían en el punto de mira algunos piadosos envidiosos. Fue coherente con sus ideas, puede ser visto así, y eso es digno de elogios, hasta por la iglesia, como también podríamos decir que se suicidó al tomar la cicuta de su propia mano, cosa que no debe ser del agrado del creador por el énfasis que ponéis los religiosos en defender la vida.

-¡Pero era la pena exigida!, beberse el brebaje por “voluntad impuesta”, un suicidio inducido por sentencia del jurado!

-¡Pues sí!, seamos benevolentes con el gran maestro y pensemos que le taparon la nariz y le embucharon un buen trago de anticongelante mientras se resistía a empellones y mordiscos, “el listo”. Fuera como fuere, mártir aún no lo han aclamado.

-¡Pues ilustrare con este escrito al nuncio, no le quepa la menor duda que así lo haré, un hombre tan piadoso no debe caer en olvido!

- Vaya con cuidado, mi querido y entusiasta amigo, le recuerdo lo que dijo Jenofonte: “no dijerais a un carnicero ni a un platero lo que sólo debierais decir a Platón”.


La muerte de Sócrates, de Charles- Alphonse Dufresnoy

FERNANDITO.



Mi amigo Pérez-Bueno me enseñó muchas maravillas del cielo. Del universo, de la astronomía, para ser correctos. Conferencias casi privadas que gustosamente disfruté como casi tan rápido olvidé.

Las cuatro características de los jesuitas envolvían su piel manchada por infinidad de pecas: Autoconocimiento, Creatividad, Amor y Heroísmo.

A su manera pausada de hablar no le hacía merecimiento el entusiasmo de sus ojos agazapados detrás de “des lunettes“ de pasta marrón. Culto, ilustrado, ahora ya un poco descreído de tanta vuelta de tuerca, disfruta como le adoctrinaron en la compañía de Jesús, se chifla por un ejercicio espiritual y por aferrarse sobre manera a lo que dictan las normas del "Ratio Studiorum" sobre lo que debería ser un razonable jesuita:

"un hombre que desarrolle la capacidad de conocer la realidad y de valorarla críticamente, con la noción de que las personas y las estructuras pueden cambiar, unido a un compromiso de trabajar en favor de estos cambios de un modo que ayude a crear estructuras humanas más justas." [CESJ 58]

Paseaba apoyado en mi brazo mi estudioso amigo aquejado de un ataque de gota en el dedo gordo del pie derecho, y a unos metros por delante correteaba Fernandito con su cámara de fotos digital, un hijo de su sobrino Fernando, (gran profesor de química), que venía a ver con su “tío abuelo” la conjunción de la luna con el planeta Venus. No se trataba de un evento particularmente espectacular ni raro, me comentaba mi camarada, y me explicaba que una conjunción ocurre cuando dos astros observados desde un tercero (generalmente la Tierra) se hallan en la misma longitud celeste...

–Tiíto, tiíto, ¿puedo tirar piedras a los murciélagos?

-¿Pero que daño te han hecho a ti esas criaturitas, diablillo?

Pues como le decía, Los planetas internos ocupan cuatro posiciones sucesivas en su órbita, con respecto a la posición de la Tierra en la suya. Estas son: conjunción superior, máxima elongación oriental, conjunción inferior y máxima elongación occident...

-Tiíto, tiíto, ¿puedo recoger las monedas de la fuente?

-¡Pero bueno Fernandito, que bicho te ha picado con las piedras y la fuente esta noche, haz el favor de venir aquí inmediatamente!

Y mi amigo Pérez-Bueno se desenlazó de mi brazo, y tranquilamente, como si estuviera en un púlpito, le expuso a su “sobrino-nieto”:

Desde pequeños deben aprender los niños a no interrumpir, Fernandito, a escuchar con respeto no sólo exterior, sino interior, procurando comprender y asimilar. Interrumpir equivale a decir: su opinión no me interesa, ya ha hablado usted demasiado, escúcheme a mí que tengo algo más interesante que decir. Interrumpir revela una infección por egoísmo. El que habla sólo de sí, piensa sólo en sí. Y el que piensa sólo en sí es horriblemente mal educado por más instruido que sea, Fernandito.

Y en ese momento noté el peso de la educación jesuítica, el paradigma pedagógico ignaciano, una formación total y profunda de la persona hacia la excelencia humana y académica; el crecimiento global de la persona; la formación de un hombre/mujer para los demás, equilibrado, competente, abierto al crecimiento, a la trascendencia, compasivo, comprometido con la justicia y el servicio... pero Fernandito, al cabo de un rato volvió a interrumpir:

-Tiíto, tiíto, ¿se va a comer esta noche la luna a la estrella pequeña?

-¡me cago en la madre que te parió, Fernandito!


ANITA


Dice que ni por asomo tiene comparación un piso fregado de rodillas, brillante y lustroso a golpe de riñón, con cubo, gamuza y jabón en pastilla, que otro con fregona y productos de limpieza químicos, que sabe Dios que polvos le echarán para que huela como un bosque de pinos.

-Pero Anita, mi vida, le compré hace ya un tiempo un robot de limpieza a vapor para ahorrarle un desmedido esfuerzo, que según me explicó el vendedor, bastaba con cargar el deposito de agua, conectarlo a la corriente y atizarle a todo tipo de suciedad inconveniente como un soldado en el frente a pecho descubierto.

-No me vengas con maquinitas ni con palabrejas de señorito, que te conozco desde que debutaste en el Albéniz con “Don Gil de las calzas verdes”, y no soy yo una de tus coristas jovenzuelas engatusadas a base de pamplinas, a las que engañas convirtiéndote en un gato de ancora cuando te conviene, dulce y meloso como todos ellos, pero ensuciando todos los rincones de la casa con los pelos que sueltas...

-Mon Dieu, Anita, casi podría ser mi madre, es cierto, por esa fraternal razón quiero que su trabajo tan esmerado y pulcro le sea a la par liviano. Si apenas paro por casa no más que a descansar o a resguardarme del calor, no encuentro necesario tanto esmero por su parte, que su actitud parece más bien obsesión.

-Algún día hablaremos de la bodega, entonces saldrán a la luz las obsesiones del señorito, mientras tanto, su eminencia, haga el favor de levantar las pezuñas y no moverse del sillón durante un buen rato si no quiere su ilustrísima ganarse un pescozón. Y ya está apagando el puro que voy a vaciar los ceniceros.

Y de esa guisa me trata mi querida Anita, voluntariosa como nadie, limpiando el suelo de rodillas como si su penitencia durase toda una vida, rompiendo sin miramientos cualquier periódico viejo con artículos interesantes para limpiar los ventanales, frotando con bastoncillos de los oídos los enchufes de la luz, encaramándose como un avezado alpinista a desempolvar los capiteles del balcón.

Un huracán con artritis, un luto despintado, un moño teñido frente al espejo con hojas de nogal y un beso cariñoso en la frente cuando se despide siempre con un adieu, mon cochon.



L'ARTISTE ENDEUILLÉ

Hay una nueva exposición en el casino. Han cubierto las paredes del zaguán y las del salón de levante con cuadros de un pintor valenciano. Este no sigue la escuela del pintor de la luz, paisano por casualidad, más bien toma conciencia social y retrata muy de cerca el sudor de campesinos extinguidos trabajando en inconvenientes condiciones, familias enteras envueltas en harapos recogiendo algodón, mujeres terriblemente mayores que ya no saben enderezarse, manos deformadas con muescas y callosidades que pretenden reclamar ser amputadas y descansar, o en su defecto, ser ahogadas en una palangana rebosante de agua bien calentita con sal.

Muy crudo, la verdad, para el luminoso salón de levante en mi opinión, pero el arte es continuamente bienvenido, como las paredes dispuestas a prostituirse para el artista.

He de comentar, que al señor Arcadio Mengotti, estos campesinos humildes, cabizbajos, pesimistas y redimidos por el trabajo le despiertan una evocadora ternura, y así me lo exponía, con su voz enjuagada en pipermín:


-... y es por eso que mi padre, zorro viejo donde los hubiera, embarcó con tan sólo diecinueve años a Manchester, y sólo la parte pícara de Dios sabe como se hizo con la concesión para España de los tractores Austin...




No pude más que ofrecerle mi pañuelo:-Ande, tome Arcadio, suénese la emoción, que esos campesinos nunca volverán.