FERNANDITO.



Mi amigo Pérez-Bueno me enseñó muchas maravillas del cielo. Del universo, de la astronomía, para ser correctos. Conferencias casi privadas que gustosamente disfruté como casi tan rápido olvidé.

Las cuatro características de los jesuitas envolvían su piel manchada por infinidad de pecas: Autoconocimiento, Creatividad, Amor y Heroísmo.

A su manera pausada de hablar no le hacía merecimiento el entusiasmo de sus ojos agazapados detrás de “des lunettes“ de pasta marrón. Culto, ilustrado, ahora ya un poco descreído de tanta vuelta de tuerca, disfruta como le adoctrinaron en la compañía de Jesús, se chifla por un ejercicio espiritual y por aferrarse sobre manera a lo que dictan las normas del "Ratio Studiorum" sobre lo que debería ser un razonable jesuita:

"un hombre que desarrolle la capacidad de conocer la realidad y de valorarla críticamente, con la noción de que las personas y las estructuras pueden cambiar, unido a un compromiso de trabajar en favor de estos cambios de un modo que ayude a crear estructuras humanas más justas." [CESJ 58]

Paseaba apoyado en mi brazo mi estudioso amigo aquejado de un ataque de gota en el dedo gordo del pie derecho, y a unos metros por delante correteaba Fernandito con su cámara de fotos digital, un hijo de su sobrino Fernando, (gran profesor de química), que venía a ver con su “tío abuelo” la conjunción de la luna con el planeta Venus. No se trataba de un evento particularmente espectacular ni raro, me comentaba mi camarada, y me explicaba que una conjunción ocurre cuando dos astros observados desde un tercero (generalmente la Tierra) se hallan en la misma longitud celeste...

–Tiíto, tiíto, ¿puedo tirar piedras a los murciélagos?

-¿Pero que daño te han hecho a ti esas criaturitas, diablillo?

Pues como le decía, Los planetas internos ocupan cuatro posiciones sucesivas en su órbita, con respecto a la posición de la Tierra en la suya. Estas son: conjunción superior, máxima elongación oriental, conjunción inferior y máxima elongación occident...

-Tiíto, tiíto, ¿puedo recoger las monedas de la fuente?

-¡Pero bueno Fernandito, que bicho te ha picado con las piedras y la fuente esta noche, haz el favor de venir aquí inmediatamente!

Y mi amigo Pérez-Bueno se desenlazó de mi brazo, y tranquilamente, como si estuviera en un púlpito, le expuso a su “sobrino-nieto”:

Desde pequeños deben aprender los niños a no interrumpir, Fernandito, a escuchar con respeto no sólo exterior, sino interior, procurando comprender y asimilar. Interrumpir equivale a decir: su opinión no me interesa, ya ha hablado usted demasiado, escúcheme a mí que tengo algo más interesante que decir. Interrumpir revela una infección por egoísmo. El que habla sólo de sí, piensa sólo en sí. Y el que piensa sólo en sí es horriblemente mal educado por más instruido que sea, Fernandito.

Y en ese momento noté el peso de la educación jesuítica, el paradigma pedagógico ignaciano, una formación total y profunda de la persona hacia la excelencia humana y académica; el crecimiento global de la persona; la formación de un hombre/mujer para los demás, equilibrado, competente, abierto al crecimiento, a la trascendencia, compasivo, comprometido con la justicia y el servicio... pero Fernandito, al cabo de un rato volvió a interrumpir:

-Tiíto, tiíto, ¿se va a comer esta noche la luna a la estrella pequeña?

-¡me cago en la madre que te parió, Fernandito!