AGAIN ALONE WITH GIN.





Hay ojos que de legañas se enamoran, fuerzas ocultas que hacen que saltes de la cama, jovial y animada, tan sólo a la segunda repetición de la alarma, palpitaciones atolondradas que impulsan a que te duches y exfolies a conciencia la piel, te empringues de sérums de todo tipo, y te conviertas en hermana siamesa del encrespador de pestañas. ¡GUAPA! Me gritan desde el andamio.
El bunker se convertía en jardín todas las mañanas, rumbosa y radiante, yo me tomaba mi tiempo y me aderezaba con mi espejito de mano antes de entrar a su despacho. Había una inusual premeditación en mi forma de actuar.-- en mis movimientos--¿qué coño tenía la vieja caparra que me hacía desempolvar la lencería? morbo enmohecido, encorsetado en un nudo doble Windsor, moqueta rancia repeinada con saliva hacia atrás. Se han vuelto locas las veletas indicándome el camino. Me chupo el dedo y lo brindo al viento, mas, este se ríe de mi, bufa en todas direcciones para que huya a ninguna parte, conscientemente sometida a una mente enfermiza, egoísta, calculadora, que me lanzó acertadamente las boleadoras a mis cabritillas patas y me hizo caer de bruces por control remoto, a distancia, del cielo donde me encontraba. Helada, sin sangre, me desplomé por el pasillo encerado de la clínica, con la contundencia y perplejidad que en su tiempo caían aerolitos en el Campo de Criptana.
Herida de muerte una vez más, y ya tengo la mochila repleta de suturas, mil veces remendada y emparchada con mi bebida preferida, Again alone with gin.









TÁNTALO




No tengo claro como he aparecido aquí, cómo he llegado a esta situación, se confunde mi memoria ya enmarañada de por sí. Lo cierto es que no puedo moverme, siento que mis piernas son raíces soterradas como tantas otras de los árboles cercanos que forman el manglar. A mi alrededor sólo vislumbro agua y más agua. Puedo afirmar que estoy sumergido en un inmenso lago.
El agua está fría y me llega a la altura de la barbilla, casi acariciándome los labios. Es incómodo, fatigoso.

¡SOCORRO! ¡AYUDA!


Tengo sed, mucha sed, y sin embargo, el agua se escabulle de mi boca, rehúye de la comisura de mis labios en cuanto hago tentativa de apresarla.

¡SOCORRO! ¡AYUDA!

Gracias a los Dioses que acertadamente dispusieron de este árbol de ramas bajas repleto de sabrosos frutos que me proporcionará sombra y aplacará el hambre cuando esta se manifieste.
Tengo tanta sed, y cuanto más grito ¡socorro!, ¡ayuda!, más se amasija mi saliva y reparo alarmado como forma un doloroso surco al resbalar mansamente por la garganta.


Un bocadito de este manjar aliviaría mi pena de alma y estómago, sólo tengo que alargar un poco más el cuello y alcanzar el postre con los dientes… Imposible…si acaso haciendo un desmesurado esfuerzo desplegando la lengua al mismo tiempo que alzo la cabeza hasta descoyuntarme las vértebras… nada, asombroso e inaceptable, las ramas parecen tener vida propia y se balancean en cuanto advierten el más mínimo movimiento. Escapan de mi boca como un yoyo se apresura a recogerse.

¡SOCORRO! ¡AYUDA! ¡SOY TÁNTALO! ¡SOCORRO! ¡AYUDA!

- Te oímos, engreído Tántalo, te oímos…
- ¡Dioses misericordiosos, apiadaros de mí, siempre fui vuestro humilde servidor! ¡No me dejéis morir en estas condiciones, caritativos Dioses, compadeceros de vuestro siervo!
- No morirás, Tántalo. Nunca.
Por que hemos convenido que ese será tu castigo, Tántalo, ser un vivo ejemplo de la tentación sin satisfacción.



RODEO PELLEJO.



Tengo media luna en las ojeras. La otra media me la comí anoche, en aquel jardín de juegos de infancia que ha columpiado tantas sonrisas.
Vamos a jugar a piedra, papel, tijera. A muslo, labio o pechuga.
Mamá no juega para empatar, nene, mamá juega para ganar.
Tengo mis jóvenes pies en almíbar.
Yo te los lameré, marinero, Mamá tiene seda en los labios.
¡Cabalga, nene, en rodeo pellejo!
Bajo el tobogán se me llenarán los bolsillos de arena y cáscaras de plátano...
Nos resguardará de la lluvia, farolillo de verbena, Mamá hará una cuna en su vientre para cuidar de tu retoño, y se convertirá en una dama oferente para que descansen tus restos.
Mamá tiene una lentejuela gigante para tu algodoncito de azúcar, mon petit cochon.
¡Cabalga, nene, en rodeo pellejo!

En su momento no lo sabía. Ahora que tengo la soga del tiempo combada por el peso de los años tendidos, soy consciente de que la existencia del pasado, depende de la cantidad del presente que le otorguemos. Y que esta misma ley, atañe en igual medida al futuro. Y que es posible darle poca, ninguna. Migajas de sueños, tal vez, que vuelven cuando menos te lo esperas, incontrolables para la lógica, indomables a la capacidad de juicio, revoltosos y vivarachos con la prudencia, sonrojándole las mejillas, descarados, a tan delicada señora.