TÁNTALO




No tengo claro como he aparecido aquí, cómo he llegado a esta situación, se confunde mi memoria ya enmarañada de por sí. Lo cierto es que no puedo moverme, siento que mis piernas son raíces soterradas como tantas otras de los árboles cercanos que forman el manglar. A mi alrededor sólo vislumbro agua y más agua. Puedo afirmar que estoy sumergido en un inmenso lago.
El agua está fría y me llega a la altura de la barbilla, casi acariciándome los labios. Es incómodo, fatigoso.

¡SOCORRO! ¡AYUDA!


Tengo sed, mucha sed, y sin embargo, el agua se escabulle de mi boca, rehúye de la comisura de mis labios en cuanto hago tentativa de apresarla.

¡SOCORRO! ¡AYUDA!

Gracias a los Dioses que acertadamente dispusieron de este árbol de ramas bajas repleto de sabrosos frutos que me proporcionará sombra y aplacará el hambre cuando esta se manifieste.
Tengo tanta sed, y cuanto más grito ¡socorro!, ¡ayuda!, más se amasija mi saliva y reparo alarmado como forma un doloroso surco al resbalar mansamente por la garganta.


Un bocadito de este manjar aliviaría mi pena de alma y estómago, sólo tengo que alargar un poco más el cuello y alcanzar el postre con los dientes… Imposible…si acaso haciendo un desmesurado esfuerzo desplegando la lengua al mismo tiempo que alzo la cabeza hasta descoyuntarme las vértebras… nada, asombroso e inaceptable, las ramas parecen tener vida propia y se balancean en cuanto advierten el más mínimo movimiento. Escapan de mi boca como un yoyo se apresura a recogerse.

¡SOCORRO! ¡AYUDA! ¡SOY TÁNTALO! ¡SOCORRO! ¡AYUDA!

- Te oímos, engreído Tántalo, te oímos…
- ¡Dioses misericordiosos, apiadaros de mí, siempre fui vuestro humilde servidor! ¡No me dejéis morir en estas condiciones, caritativos Dioses, compadeceros de vuestro siervo!
- No morirás, Tántalo. Nunca.
Por que hemos convenido que ese será tu castigo, Tántalo, ser un vivo ejemplo de la tentación sin satisfacción.