MALENTENDIDO.

Caracolas. Caracolas de mar, grandes y nacaradas. Enormes. Las levanto justo a la altura de mis ojos, las observo. Intento mirar en su interior y solo advierto un telillo como socarrado, un himen de monja de clausura que más bien parece una telaraña empolvada.
Meto mi hocico, lo acomodo en la cavidad y absorbo con la debida fuerza para que el animalito gelatinoso que la exuberante concha lleva dentro, empantane mi boca de mar salada y descienda por mi traquea en un lapsus parejo de tiempo.
Un placer.

- ¡Que maldad tiene usted, señor Cochón!, es usted un cable caído... Supongo que habrá observado con esos ojitos lo rápida y fácilmente que se desprenden los rabos en las lagartijas.