CONFESIONES





Durante un tiempo prosperó en la vida. Socialmente, quiero decir. Los negocios alcanzaron buena rentabilidad, la suficiente para poder despreocuparse de ellos. Era invitada a fiestas y a maratones benéficas. Después lo perdió todo en aquel lío del cacao y sus nacionalizaciones indígenas. Se preguntaba desconsolada: ¿A quien aferrarse para soportar el mal trago? Se respondía ilusionada: A Dios, el Dios que tenía más cercano y que le suplicaba que lo vejara para poder perdonarla, al Dios con el que mejor se reflejaba en el espejo de la entrada de la casa, el que tenía más cercano, ese que adornaba con ganchillo y fotos de la familia.
Y fue muy cuidadosa de la palabra de Yavé enunciada en la Vulgata, y muy devota de su inabarcable y santísima madre.
Y le fue bien durante mucho tiempo, incluso, de nuevo, socialmente, aunque ahora los desayunos no consistían en zumito y tostadas acarameladas con sirope, el pan sopado en leche siempre fue una poderosa fuente de energía para empezar la jornada.
Hete aquí, que la fortuna se coló en la fiesta con una botella de ginebra dispuesta a ser mezclada en el ponche. Con un pequeño cartoncito lisérgico en el doble del calcetín. Y le proporcionó un premio record-millonario de la prestigiosa casa de loterías y apuestas del estado.
Todo estaba de nuevo en su lugar, de donde nunca debió menearse, y el orbe giraba ahora según lo acordado, como el valioso jarrón chino que lleva esperando mil años para romperse en un eventual tropiezo y sigue ahí, esbelto y deslumbrante, viendo pasar a generaciones mal intencionadas pero cuidadosas de no despedazarlo. Había, sin embargo, un pequeño problema que la atormentaba. Asiduamente ronroneaba la dichosa ceniza en la frente, por que parece ser, que es más difícil que un rico entre en el reino de los cielos, que un camello haga malabares por el ojo de una aguja. La traducción, erosionada por el paso de las lenguas, debería estar equivocada,- meditaba ella-, semejante tontería no tiene ni pies ni cabeza, y mucho menos dicha por “el maestro”. Pero claro, hasta ahora las demás “tonterías erosionadas” la vestían oportunamente como un maniquí de la talla 36, las bienaventuranzas y demás sermones de megáfonos amplificados le habían ido bien en su tranquila vida, poseían el efecto de cuando iba en ocasiones contadas a algún restaurante asiático y siempre pedía el mismo menú, por que ese mismo menú fue el que pidió la primera vez, y ya le iba bien.

--- En el confesionario------

¿Y la caridad? Padre, ¿Qué hacemos con la caridad? Ahora que realmente está en mis manos, ¿Llenamos de lombrices neumáticas la bolsa-pico del pelícano para que regurgite una parte a los pequeños bolsillos de los polluelos?

Padre Pérez-Bueno, ¿Qué debo hacer?

Cómprese una parcela en el infierno.
¿Puedo hacer eso?
¡Claro que puede!, ¡todos tenemos de alguna u otra forma ganada una parcela en el infierno!, espero que la mía, sin ir más lejos, tenga una gran biblioteca y sea una refinada interpretación del suplicio de Sísifo, en la que suba la piedra de la ignorancia por una montaña ingente de libros sin alcanzar nunca la cima del conocimiento.

Que profundo, padre; acepte un pequeño donativo por el consejo, cómprese una sotana nueva y un par de zapatos.
Gracias, hija, Lo celebraré a su salud y encontraré la manera de hacer llegar una parte de tu generosidad a los jornaleros de la vid, esos que pisan pertinazmente la uva en los lagares.
Hágame caso, padre, cómprese una sotana nueva y no se lo gaste todo en vino.