ROCINANTE.

Me muevo a 60 minutos por hora.
A Rocinante me lo paso por el forro de los...guantes.
Siempre le gano, está muy flaco
(Ni siquiera quiere montarlo su amo.)


Sin embargo, reconozco que cada vez me cuesta más seguir esta dieta de pobre. La despensa medio vacía y medio llena de alimentos insustanciales, aburridos, macrobióticos. Recurrir a un gimnasio tres veces por semana me parece una proeza, así que, alguna mañana fresquita, cuando me levanto pronto, salgo a trotar sin demasiada convicción por algún jardín con el miedo constante de que caeré fulminado de bruces por el esfuerzo y mi corazón se sentará a esperar que me incorpore sin mover un mísero ventrículo.

Sólo ella tiene la culpa. Si Anita no hubiera dicho aquellas palabras tan hirientes... No se debe hablar en esos términos cuando uno se está machacando los dientes con el repollo y los huesecillos de codorniz, ¡qu'une vieille de merde grognonne!

El recebo lo llevo en la sangre, es innato a mi condición, no debo alterar ciertas cualidades de mi genética. Respecto a vivir emparejado con una mujer y la fobia al compromiso amoroso a la que tenazmente alude... ¡para qué quiero una vaca si tengo leche gratis! Ya debería saber ella que no necesito a nadie que me recuerde que debo guardar mi cepillo de dientes en mi carry on, y que me incomoda sobre manera compartir mi papel toilet plagado de motivos de flor de lis, el emblema soberano de la realeza francesa...
Además, mi vida sexual hasta ahora nunca supo de reproches ni de amonestaciones que socavaran mi autoestima, y a cierta edad, siempre se agradecen los cumplidos. Nunca se está seguro de la reacción que la otra persona puede tener al manosear sus sentimientos con los tuyos. O si la mujer que se ama será capuleta, y un servidor montesco, y como diría Krahe, o me comprometen o las comprometo. No obstante, vivido lo vivido, reconozco que me resulta una fatiga agotadora seducir a alguien, embutirme en ese proceso laborioso en el que no se puede evitar mentir, simular ser alguien mejor de quien en verdad soy. Por eso, en ocasiones, ni siquiera aprovecho el ligue fortuito y viciado de una noche cualquiera, y me marcho a casa satisfecho sólo con el narcisismo de saber que habría podido.