LLANO CHICO.




Cuando dialogo conmigo mismo, siempre acabo convencido, metido en costura, y si por un casual mi interlocutor está de viaje por Llano Chico (Ecuador), y ha sido agasajado con un par de gajos de hikuri, se (me) vuelve insoportable y no se (me) comporta de forma convencional, y me siente frágil como las ramas de un árbol seco, y aprovecha entonces la ocasión y suelo acabar magullado, apaleado, con el mismo ímpetu con el que aporreaba a ostias el piano Thelonious Monk.
No estaba preparado para esa fiesta, y por si acaso, llevaba resguardado en el bolsillo interior de la chaqueta mis 20 mgr de Diazepam.

"Para mí, de yo,"decía el lugareño (mamado) en la discoteca-almacén, y bailaba agradecido la auto dedicatoria desde la misma cabina del pinchadiscos. Un ambientazo.

Sin embargo, será la altitud del lugar, serán estos cambios bruscos de temperatura que han demolido a barrenazos mi sinusitis casi crónica, que últimamente por estas tierras me chiflan los perfumes de mujer, me vuelven loco, aspiro la fragancia con el ansia de un enfermo espitoso y me siento como Fernando Fernán Gómez en “el anacoreta”. Llevo ya un tiempo-lo reconozco- sintiéndome así, lanzando mensajes por el retrete como hacía el protagonista. Pero la alegría de volver a oler, a husmear, es tan admirable como la resurrección de Lázaro, el simple hecho de sentir el aire y desarrollar tantos matices en una bocanada te inspira si cabe aún más el amor por la belleza, te llena la sangre de muelles saltadores, te redime, en definitiva, como una buena bula papal.