UN JOLI BONNET DE MATIN.


Le compré un bonito sombrero para que lo luciera por las mañanas en las entretenidas carreras de galgos, para que iluminara la ribera del río, en la parte del paseo que sigue a propósito sin adoquinar, enfangando la enagua, pescando en el bolsillo de Neptuno, cogiendo tortugas en los carrizales, haciendo coros en los oficios de la iglesia evangélica a la que le gusta acudir, recorriendo en bicicleta con sus amigas del club Hoy tengo los estrógenos cantando “god save the queen” los dos caminos que llevan a la fuente, uno de ida y el otro de vuelta, para que gritara como John Merrick en los lavabos de caballeros de la estación ¡no soy un animal, soy un ser humano!, para que dejara de remar contra la corriente y se recostara en la barca dejándose acunar por el lago artificial del parque, para que supiera que yo la deseaba. y ciertamente lo sabía, por que al acostarme mi último pensamiento era para ella, y al despertarme también era ella la que me daba los buenos días, y sabe de sobra que cuando estoy junto a ella, todavía hoy me siento como un gorrión engominado que revolotea por una jaula incendiada.
Ella no tuvo la culpa, ni tan siquiera estuvo allí, y es precisamente de eso de lo que se lamenta, distraída ella como estaba por morder su trocito de manzana, dejó de estar donde debiera, y no se lo perdona ni en los momentos álgidos del nembutal.
Topó con un galeno de los de juramento hipocrático enmarcado en la pared y se terminaron los días de cocinar deliciosas palomitas con mantequilla al fuego de la sartén sin tapa protectora, y una mañana colgó un letrero en la puerta del escaparate diciendo “volveré cuando me de la gana”.