LLUVIA DE ESTRELLAS.




Equilibrado de azúcar. Ausente mientras una andaluza me cuenta el parto problemático que tuvo con su segundo hijo. Tenía colocado el feto detrás. Por eso el niño daba tanto por culo.
Esparcida la cara de mi amada en mil perseidas derramadas en la playa. Un espectáculo grandioso.
La margarita no dice que no. Se resiste a morir negando.
¡Qué alegría encontrarme de nuevo en la playa! ¡Qué regocijo este cielo oscuro que me proporciona tantos deseos! Aunque esta vez, siempre reclamé el mismo.
Me he traído a Tuga conmigo, para que me acompañe y contemple como se deshace el cielo, pero está mas afanada en curiosear por la arena. Ya sé que no es un nombre muy original para una tortuga, escarba en la arena y corretea como si le hubieran inyectado sangre caliente. También estornuda. No sabía que las tortugas estornudaran.
Es redundante el mar. Repetitivo.

¡Ese pollo debería rellenar de fibra el silenciador del tubarro que acalla los espaldarazos de las olas contra la arena, suena como una pedorreta de circo exagerada, estirada en el tiempo!

Pero el mar vuelve con su run-run cadencioso, con su adagio de palmas, toma aire, da un paso hacia atrás y... ¡Plás!, una ola. Otro pasito atrás y ¡Plás!, otra ola proporcionándose importancia. Y así, cientos de veces, miles, millones de veces coreado, asentido por cabezazos de mar impetuosos como carneros en la berrea.

Oigo la voz, el run-run otra vez. Me susurra: Cálzate mis zapatos. Conviértete en agua, tienes ante ti el mundo de los piscis, el signo más húmedo del zodiaco. Cálzate mis zapatos, te sentirás cómodo si tienes una pisada pronadora. Pero los piscianos no tienen pies, son lentos cuando se posan en tierra, tienen los movimientos aletargados de los osos cuando están hibernando. Buena especie y buena gente al fin y al cabo, pero contraproducentes para los impulsivos y ardientes Aries, por que tengo entendido que el agua acaba lapidando el fuego.