DONDE LAS DAN, LAS TOMAN.

Aprecié la tensión del ambiente nada más entrar en el camerino, la misma sensación que deja un bosque espeso cuando se lo atraviesa en silencio.
Mis dos compañeras se callaron al verme. No le dí importancia, me estarían criticando, cosa común entre amigos.
Dora me miró como diciendo: “no tengo ginebra y tú lo vas a pagar.”
Saludé, y sólo Manolita me correspondió lanzándome un beso y agitando un dedo moralizador.
Era evidente, Dora saltaría sobre mí en el momento justo que bajara la guardia y clavaría con saña sus uñas en mi hocico. ¿Por qué? No lo sé.
Intentaba recordar algún agravio para con ella, era inútil, últimamente soy un lechoncito con todo el mundo, duermo mis horas y tomo la medicación; Anita puede tirar mis viejas cintas de video en un arrebato de limpieza general con la excusa que no tenemos video en casa y ni siquiera me enfado.
-El prado no, Anita, esa no, que no se encuentra por ningún lado; espera, espera, Macbeth de Orson Welles tampoco, ¡estás loca!, ¿sabes lo que me costó grabar esa película de la tele? Aun recuerdo a la hora de la madrugada que la emitieron…
En fin, sigue viva ¿no?
Dora estuvo callada diez milisegundos.
-¿no te cambias?, ¡cerdo!
Asentí con las orejas gachas sin querer echar más leña a un fuego que no advertía.
Hay muchas maneras de llamar a un cerdo, ¡cerdo!, personalmente me quedo con la clasificación científica de Darwin.
Tengo que ofrecerle mi petaca enseguida…
-¡No quiero tu mierda de vermut a granel caliente! ¡Te crees que yo mamo donde maman los cerdos!
Pero que mosca te ha picado…
-¡Que se capan muy bien los cojones “en otro”! eso es lo que me pasa, ¡cerdo!
Pero Dora, cariño…
-¡Ni Dora ni cantimploras! ¡Cerdo más que cerdo!
Pensé que llegados a este punto iba a recibir el zarpazo de aquellas uñas cerámicas, pero se recogió las rodillas entre los brazos y allí mismo, amontonada, se puso a llorar.
Ajústate al guión, eso es todo lo que tienes que hacer, no te hagas el gracioso, que siempre no hay ganas de reír, me aleccionó Manolita mientras abrazaba por la espalda a aquella pera llorona que es lo que parecía Dora en su taburete. Por fin me aclaró entre sollozos el porqué de la cuestión.
Ayer, en la escena del espejo, cuando me estoy arreglando para el baile, tu deberías entrar y decir: ¿Como te encuentras, cariño?... y después darme un beso en la nuca, pero dijiste: ¿Cómo te encuentras, cariño? Aunque salta a la vista que estás gorda…Todo el teatro se rió a mandíbula partida, tu lo captaste enseguida por que eres un cerdo despreciable, y estuviste toda la noche con la muletilla de “gorda” por aquí, “gordi” por allá, y el público jajajá y jajajá, ¡Maldito seas cerdo seboso! Y se vació otra vez en lágrimas ciñéndose a Manolita.

Tu voluptuosidad, querida Dora, para sí la quisieran las musas de…
-¡A la mierda tu palabrería!, ¡cerdo!, ¡A mí no me vas a embaucar!

Se presentaba dura la noche. Increíblemente dura. Iba a tener que torear con mucha mano izquierda y ser yo mismo quien humillara ante mi propio capote al natural.
Así que me acerqué a ellas y las abracé con sentimiento puro de arrepentimiento, que para eso soy actor, y allí estábamos las tres, abrazadas como las tres gracias de Rubens llorando como si hubiésemos mordido la cápsula de cianuro por accidente.
¡¡Personality Crisis!!

Esa noche acabé vomitando en el escenario, la sensación más horrorosa que se puede tener, os lo aseguro.

Dora estaba maquillándose frente al espejo para el baile.
-¿Cómo te encuentras cariño? Veo que esplendorosa como siempre, y le dí un cálido beso en la nuca. Se levantó poniendo sus brazos en mis hombros y con una sonrisa malvada en la cara me espetó un rodillazo en mi querido carnet de padre. ¡¡Uhhggg!! Me hundí en las tablas como un plomo se hunde en el agua. El público rió a carcajadas, y ella, que también es una cerda sebosa, mientras me revolcaba de dolor, me pateó desde los ojos hasta la rabadilla hasta que me hizo vomitar para deleite de un público entregado al Pressing Catch