TANNHAUSEN


Siempre he mantenido que Wagner tiene un extraño vínculo con el poder, su música siempre me ha parecido emparentada con los modales, el pavoneo de salón y el protocolo. El caso es que en pláticas con gente que le gusta ser respetada por que se creen respetables, cuando la conversación deriva hacia música clásica, en cuestión de gustos por autores siempre manifiestan su admiración por el endiosado Wagner.
Admito que será un cúmulo de casualidades, pero hasta ahora mi teoría la mantengo aún sin pruebas contundentes o refutables que nunca obtuve ni espero obtener, pero que los hechos siempre me lo hicieron parecer.
Para la celebración de Santa Cecilia, se habilitó la biblioteca donde estaba previsto un concierto de un ensamble de saxofones a cargo de unos muchachos virtuosos en modular el viento en el metal, la inconveniente gastroenteritis del saxo alto hizo que el programa sufriera un vuelco y entrara en escena un concertista de las seis cuerdas que osado él, pretendía tocar una transcripción propia de la bellísima y sencilla “Hoja de Álbum en Do” de Wagner.

Al enterarse un grupo de entendidos asistentes quienes pontificaban que la única manera de poder escuchar la obra de Wagner es a través de la correspondiente versión orquestal, se levantaron de sus asientos y abandonaron la sala entre murmullos tan educados como hirientes.
A mí al menos, el hecho de escuchar una guitarra bien tocada me produce tanta satisfacción que el artista podría habernos deleitado con una ristra de villancicos y me hubiera extasiado igual. Falta de entendimiento, tal vez.

Al día siguiente, comentando lo sucedido, había opiniones para todos los gustos y paladares.
Precisamente, un director de escuela, me dijo que, sin ir mas lejos, a él le gustaba recibir a los alumnos pinchando el disco por megafonía de la opera tannhausen, mas concretamente la parte que hace referencia a la llegada de los invitados, una cursilería de trompetas y coros ostentosos con boca de pez. Por que lo correcto, añadía, encierra en sí mismo un residuo de belleza y sabiduría.
Óiganla, por favor, óiganla e imagínense a los niños tirando de sus carro-mochilas, somnolientos, pero apresurados por la tiranía, (que no merece otra palabra) del tiempo ya a tan temprana edad...
Hay cosas mucho peores que un tirón de orejas o una carrera de piojos por la patilla, el golpe seco y decidido de una regla de madera en la conciencia.