LA CASA DE LA PLAYA.



La casa de la playa es blanca como un capullo de algodón. Un faro de tranquilidad encalado incontables primaveras para deslumbrar con el sol del verano. Tiene una pequeña terraza sombreada donde solamente habita una hamaca ajada de tantos balanceos sesteros, y un porche donde el olor a mar se ha incrustado hasta la médula en los muebles apolillados.

Una pequeña escalera tallada en roca desciende hasta la arena donde las olas llegan ya sin fuerza a mojarte las pezuñas, y por la noche, esas mismas olas, parecen recobrar la vitalidad para adormecerte como un mantra, como una nana atonal, pausada y constante.

Siempre he pensado que aquí veré los últimos rayos de mi vida, que una noche de mar brava las olas atraparan en sus redes mi alma y me la arrebatarán como un carterista habilidoso, a la altura sin duda de los personajes de pickpocket, de Bresson.

Seguramente no pasará.

He visto infinidad de estrellas fugaces en este rinconcito de cielo y el mismo sinfín de veces he pedido los deseos correspondientes.

Algunos, los de largo recorrido, los he ido modelando para que se cumplieran. Los otros, los terrenales, los impetuosos, simplemente no ocurrieron. No les puse tesón.

A pesar de, sigo emocionándome al ver desprenderse una minúscula lágrima en el paraíso, y sigo pidiendo deseos por todas las causas perdidas, inclusive la mía.

Son las cuatro de la mañana y mi compañero de pesca, “el barbas”, sé que ve tantas estrellas fugaces como yo, y sé que sólo impera un deseo en su mente: que una buena pieza se trague de un bocado los tres anzuelos que lleva engarzados la sardina que usa como cebo. Que el cascabel encaramado en la cima de la caña suene a manera de una manada de gatos que vinieran hacia nosotros anunciando, a gritos, un banco de peces hambrientos. Pienso entonces atizarle con la botella vacía de vino al primer pez que muerda el anzuelo por atreverse a romper la rutina de las noches en blanco, de las madrugadas de vacío, donde el pez más grande siempre se escapa del engaño.

Y sé, que indudablemente, esto tampoco ocurrirá.