AQUÍ SE TE QUIERE, CERDO


En la ciudad no hay granjas,
pero tenemos supermercados.
Tampoco tenemos granjeros,
pero son muy monas las chicas
del supermercado con su gorro blanco
y su delantal manchado que me
ofrecen las bondades del corral
en bandejas preparadas.
¡Cómo te quiero cerdo!

En la ciudad, a veces, con la lluvia

se forman charcos y barrizales,

pero aquí nadie entiende
la gracia de revolcarse en su propia
mierda.
En la ciudad todos trabajan
y sudan. Los hay que van al
gimnasio: enemigos de sí
mismos, enemigos del espacio,
están obsesionados con abarcar más.
Nadie entiende, ¡o puerco divino!,
que el tocino es sacrificio
del bueno. Nadie sabe lo
mucho que te mueres en tu
espera, en tu no hacer nada,
en tu desgana para inflarte
la panza de cebollas crudas.
En la ciudad, ¡cómo envidiamos todos

tus jornadas tranquilas!
Se nos escurren entre los
dedos los sagrados aceites de tu
longaniza y no somos capaces de
darte las gracias, ni pasamos a dorarte la peana
por la granja y verte ahí tirado,
sucio, cansado en tu sacrificio
de grasas,
¡O puerco divino!